El miedo y la alarma se apoderó de toda la población hace un año cuando escuchó que el coronavirus estaba campando a sus anchas por Córdoba y su provincia. No sólo se ha cobrado ya casi 900 víctimas mortales.
La repercusión de la pandemia a nivel social y económico se traduce en cientos de personas que han tenido que echar la persiana de su negocio. Perder su puesto de trabajo o estar bajo el paraguas de un ERTE, o que necesitan de ayuda de emergencia.
Más de 43.000 contagiados, teniendo la mitad de ellos más de 45 años. Casi 4.000 ingresos hospitalarios en doce meses que han estado marcados por las tres olas del coronavirus.
La primera llevó a toda la población a un confinamiento domiciliario de mes y medio. El virus estaba descontrolado en centros de mayores y entre los profesionales de trabajos esenciales como los sanitarios. Obligados a reutilizar EPIs o mascarillas, o a ponerse bolsas de basura encima para protegerse.
La segunda ola comenzó a finales de agosto y se prolongó hasta diciembre. Y la tercera se inició tras una Navidad en la que se bajó la guardia en los encuentros sociales y familiares hasta llegar a nuestros días con la enfermedad teóricamente controlada y con la inoculación de las primeras vacunas a la población de mayor riesgo.
Más de 31.000 cordobeses consiguieron vencer al coronavirus, más de 11.500 están en vías de conseguirlo, y todas las esperanzas están puestas sobre la vacuna. El proceso avanza a un ritmo lento, pero ya hay más de 29.000 cordobeses inmunizados.
Entre ellos el personal sanitario que ha trabajado y lo sigue haciendo en primera línea. Los mismos a los que hace un año aplaudíamos desde balcones y ventanas para darles las gracias infinitas, a los que se les donaba material de protección, e incluso comida. Mientras ellos se dejaban la piel e incluso la vida por salvarnos. O por mitigar los ingresos en UCI gracias al calcifediol, el fármaco cordobés que incluso ha llamado la atención del Reino Unido para implantarlo en su sistema sanitario para mejorar la presión hospitalaria entre personas de riesgo.
En septiembre del año pasado la preocupación era máxima entre los padres por la vuelta al cole de sus hijos, que habían estado seis meses recibiendo clases telemáticas debido al cierre de los centros educativos. Tiempo que además ha servido para que se refleje como nunca la gran brecha digital que existe en Córdoba. El índice de positivos y de contagios en las aulas ha sido muy bajo, el cual se ha dado sobre todo fuera de ellas.
Precisamente ahí fuera, en el exterior, es donde estamos deseando de recuperar la vida que teníamos. Porque la salud mental de los cordobeses ya nota los efectos de las consecuencias sociales y económicas de la pandemia. De la adaptación al encierro en casa de la primera ola y el abuso del teletrabajo que hoy persiste, a la población que ha pasado a la resistencia, a la ansiedad y a tener síntomas de depresión que ha multiplicado las consultas en la sanidad por estas afectaciones. Todo esto pasará, pero aún queda río por remar para llegar a una meta a la que todos estamos deseando llegar para vencer esta batalla de forma definitiva.
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