El jardín de Bomarzo

Con intención de voto

Estamos asistiendo a una de las campañas para elecciones autonómicas más desangeladas que se recuerdan

Publicado: 23/11/2018 ·
12:32
· Actualizado: 23/11/2018 · 12:32
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Estamos asistiendo a una de las campañas para elecciones autonómicas más desangeladas que se recuerdan porque, entre otras cosas, no son fechas para esto. Siempre fueron en primavera, entre aromas a inciensos y bailes por sevillanas, con azahares sobre una Andalucía florida, exultante de reconocerse a sí misma y no esta, gris, lluviosa, a un paso de una Navidad que está para otras cosas que no sean debates políticos y menos cuando estos son como los del lunes pasado; tras él, sobrevuela un manto de decepción genérica. Cierto es, al margen, que el ambiente irradia sensaciones nuevas porque frente al evidente agotamiento del PSOE-A tras casi cuarenta años de gobiernos ininterrumpidos y, por ello, presa de un relato que se sostiene con hilos porque cómo prometer lo que hacer después de cuatro décadas no ha hecho, un PP partido en trozos que acepta la pelea de intentar ser segundo con el temor interno y creciente de no terminar siendo tercero, o cuarto, frente a Ciudadanos, que recoge bastante de su derecha pero también caza de su izquierda con la ambición de ser la alternativa posible y un Adelante Andalucía que, con sigilo, crece de lo que por su orilla pierde el PSOE -más Vox, que como una trufa negra crece en el subsuelo y a estas alturas nadie saber calcular su tamaño real-. Eso al menos muestran las encuestas, casi todas, tan de moda estos días porque no eres nadie en el sector si en el momento oportuno no sacas del cajón un sondeo con la intención de voto de los andaluces. 

Un sondeo de opinión es una medición estadística tomada a partir de encuestas destinadas a conocer la opinión pública. Estas mediciones se realizan por medio de muestreos diseñados para representar las opiniones de una población realizado una serie de preguntas y, luego, extrapolando generalidades en proporción o dentro de un intervalo de confianza. Por tanto, se diseñan unas muestras que deben representar de la manera más acertada a la población objeto de estudio. El diseño técnico de las muestras no es excesivamente complejo. Se tienen en cuenta diferentes variables o características de la población a estudiar, como pueden ser el sexo, la edad o los tipos de municipios donde se asienta. 

La dificultad de los estudios se encuentra, fundamentalmente, en la toma de datos o trabajo de campo. La mayoría de las encuestadoras recurren a técnicas de recolección telefónicas, excepto el CIS, un organismo autónomo dependiente del Ministerio de la Presidencia cuya función principal es la de contribuir al conocimiento científico de la sociedad española y que realiza la mayoría de sus trabajos de forma presencial. Un organismo que en 2017 tuvo un coste en su actividad de 6.350.161,58 euros de los que más del 50 por ciento fueron destinados a salarios de su personal, ahí es nada. Es en el trabajo de campo donde las grandes casas encuestadoras y, obviamente las pequeñas, no pueden competir en metodología y volumen de encuestas con el CIS y realizan su trabajo de recolección telefónicamente. Tradicionalmente las encuestas telefónicas tienen mayores sesgos que las presenciales ya que la disponibilidad del entrevistado es menor y las dificultades para llegar a todos los segmentos poblacionales son mayores. Por ello, no basta con plantear una muestra amplia sino que se deben cumplir los objetivos de cuotas en un tiempo corto. Si no se hila fino en la metodología, desde el diseño a la recolección, el error final puede ser elevado cuando se está realizando el análisis de unos datos que ya traen desviaciones y con los que hay que elaborar estimaciones basadas en algoritmos o en secuencias matemáticas ya que una parte siempre significativa del voto no se declara y permanece oculta entre los miles y miles de datos obtenidos en el estudio. Por lo tanto, no siempre una muestra mayor es más acertada. Muestras pequeñas pueden ser igual de buenas o mejores adelantando comportamientos o resultados electorales. La excesiva competencia de las empresas encuestadoras suele tender a reducir los precios y cotizaciones de sus trabajos, lo que en la mayoría de los casos conlleva una reducción del tiempo empleado en la recolección de los datos y, con ello, se propicia un menor ajuste metodológico de la muestra. 

Por otro lado, la mayoría de las grandes encuestadoras de España, como sucede en Europa y Estados Unidos, suelen estar vinculadas y publicar sus estudios en un mismo grupo o cabecera de prensa. En España Metroscopia suele trabajar de forma preferente para El País, Invymark para La Sexta, NC Report para La Razón, GAD3 para ABC, Sigma Dos para El Mundo… La mayoría de estos grupos empresariales suelen tener tendencias políticas más o menos explícitas y la publicación de sus encuestas suele tener sesgos más o menos detectables en favor de uno u otro partido, o en favor de uno u otro gobierno. La manera en la que se formulan las cuestiones a estudiar, la importancia en los titulares de uno u otro dato son también sesgos informativos a los que la publicación de una encuesta suele dar pábulo. 

Las encuestas se pueden clasificar en dos grandes grupos, las que se publican y difunden y las que no. Las segundas suelen ser más fiables, las primeras, en su gran mayoría tienen dos grandes inconvenientes desde el punto de vista de la neutralidad de un estudio social de carácter científico: la primera es el sesgo, mayor o menor, que el grupo empresarial suele dar a la publicación de la misma. La segunda tiene que ver con la influencia que producen en la movilización/desmovilización o percepción de los electores a los que va dirigida, también en los grupos políticos y en los grupos de creadores de opinión. La publicación de encuestas, por tanto, no solo no es un ejercicio neutro sino que es un instrumento cada vez más usado para ejercer influencia, modificar percepciones, anticipar alianzas y movilizar a cada uno de los actores que forman parte de una campaña electoral. 

En Andalucía se han publicado numerosas encuestas estos últimos días y la casualidad no suele ser el elemento que las distingue. Ni cuándo el CIS actúa ni, sobre todo, cómo, tampoco cuándo se van haciendo públicas las demás, en qué momento, con qué datos, qué niveles de presión se ejercen para destacar algún dato en concreto por encima de otro porque aunque no reflejan un hecho consumado sí indican una tendencia y, con ella, se va alimentando un estado de opinión. Ese mismo que palpita estos días por muchos rincones de una Andalucía que se pregunta qué hacer consigo misma los próximos años y que lo hace a finales de otoño, justo antes de que el invierno asome y no en primavera, que es cuando las encuestas dicen que los andaluces están más contentos con la tierra que pisan y menos dispuestos a valorar un cambio. Cambiar o no cambiar, esa es la cuestión.

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