Hoy en día las redes sociales permiten que todo el mundo se mantenga interconectado a solo un par de clicks de distancia. Esto tiene muchísimas ventajas, pero también una infinidad de desventajas que pueden afectarnos gravemente, sobre todo en la autoestima. Así es, las redes nos ofrecen unos estereotipos concretos que poco a poco hemos ido normalizando. Sin embargo, estos cánones que nos impone actualmente la sociedad, no siempre han sido los mismos.
Canon es una palabra de origen griego que hace referencia a un conjunto de reglas. De esta forma, cuando hablamos de “cánones de belleza”, hacemos referencia al conjunto de normas que rigen lo bello. Lejos de ser inamovibles, éstas normas han ido variando según la época y los movimientos artísticos que se han sucedido a lo largo de la historia, como podemos comprobar en muchas obras artísticas, desde la antigüedad hasta nuestros días.
Los escasos registros de arte prehistórico existentes reflejan que, en aquella época, se valoraba a las mujeres de grandes senos y caderas anchas, puesto que se asociaba estas características a la fertilidad, la abundancia y la capacidad de parir y criar hijos sanos y fuertes.
Debemos remontarnos a la antigua Grecia para encontrar al creador de la teoría del canon de belleza. El escultor griego Policleto se basó en la simetría para determinar quién era o no hermoso. En este caso, la perfecta proporcionalidad del cuerpo humano establecía esta norma.Para los antiguos griegos la simetría era el símbolo de la belleza y la perfección.
En el Renacimiento, los cánones europeos muestran una mujer con rasgos finos, un cuerpo redondeado y un busto firme. Los pies y las manos se presentan delicados y pequeños, con ojos de color claro y piel blanquecina. Antiguamente estaba muy arraigada la idea de que cuanto más morena era tu piel más horas pasabas trabajando en el campo y, por ende, más bajo era tu estatus social. Por el contrario, los altos estamentos, que vivían en palacio, mostraban una piel de un color más pálido. El efecto óptico de la luz al incidir sobre la piel confería un color azulado a los vasos sanguíneos. Aquí surge el mito de la “sangre azul” de la realeza que tanto hemos oído mencionar en los cuentos de hadas.
Con el Barroco (siglos XVII y XVIII) llega un cambio en las formas. Mientras que en la arquitectura y en la pintura se aprecia la decoración excesivamente recargada, en la mujer se buscan las caderas anchas y rellenitas, al estilo de “Las tres Gracias” de Rubens. Sigue destacando la tez blanca, así como unos ojos grandes y las cabelleras predominantemente rubias.
Durante la época victoriana y el Romanticismo en la Europa del siglo XIX se populariza el uso del corsé. Era muy importante tener mucho busto y esta prenda ayudaba estrechar al máximo la cintura y realzar el pecho y las caderas. Estos apretados elementos podían dejar sin aliento a muchas mujeres, llegando a provocar desmayos e incluso la muerte por la deformación del tórax, que acaba presionando excesivamente sobre los órganos vitales.
El siglo XX asume como referente de belleza el que muestran las divas del cine, grandes actrices de la talla de Greta Garbo, Mae West, Marlene Dietrich, Rita Hayworth o Ava Gardner, es decir, mujeres de larga melena ondulada, cuerpo delgado, caderas anchas y pechos altos. Sobre todas ellas acabaría destacando la espectacular rubia de Hollywood: Marilyn Monroe, principal icono y mito erótico de la época.
No es hasta la década de los 70 y 80 cuando empezamos a observar que los cuerpos femeninos van progresivamente estilizándose y el pecho va cobrando mayor protagonismo, a imagen y semejanza de las grandes modelos. En los años 90, las mujeres siguen evolucionando en delgadez y pechos grandes y la cirugía estética ayuda a moldear unos cuerpos extremadamente delgados, con labios y pómulos prominentes y una piel cuidadosamente bronceada.
Cánones poco sanos
Actualmente asistimos a un momento en el que para cumplir los estándares que nos impone una sociedad peligrosamente desorientada por los filtros utilizados en las redes sociales, se exige un cuerpo delgadísimo y operado y una piel completamente libre de imperfecciones. A pesar de su popularidad, estos cánones son tan poco sanos como complicados de alcanzar. La preocupación por nuestro aspecto físico ha alcanzado un nivel preocupante en la actualidad. Si no sabemos ser críticos con la realidad que nos muestran las redes, podemos caer en serios problemas de autoestima, inseguridades, trastornos alimenticios o problemas en nuestras relaciones sociales, y en este sentido, la adolescencia es quizá la etapa más delicada y susceptible.
Cómo dijimos al principio, el estándar de belleza actual está excesivamente intoxicado por las redes sociales. En la mayoría de los casos, la perfección de las imágenes que observamos es sencillamente irreal, pues es conseguida a base de retoques y filtros. En cada momento de la historia y en cada rincón del mundo encontramos un patrón de belleza diferente y ninguno de ellos es absoluto y definitivo. Quizá, la verdadera virtud se alcance al entender que todos somos diferentes y debemos celebrar las pequeñas imperfecciones que nos alejan de los cánones típicos de belleza y nos hacen únicos, especiales e irrepetibles.
Artículo de Sofía Muñoz y Adriana Gallardo, Alumnas de 3º ESO b del IES Los MOLINOS de Conil
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