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CinemaScope

'The mauritanian', en defensa del espíritu del estado de derecho

El filme logra lo más difícil: que denuncia y entretenimiento confluyan a idéntico nivel, ajeno al sentido panfletario que pueden adoptar este tipo de relatos

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A partir de la década de los sesenta, Hollywood fue abriéndose a proyectos de enorme carga política y sentido crítico que, a un lado el espíritu de la ciencia ficción como reflejo del mundo bajo las consecuencias de la guerra fría, empezaba a apuntar con el dedo a la propia Casa Blanca. Siete días de mayo o Teléfono rojo, volamos hacia Moscú, sirvieron de inteligente prólogo a un inminente cambio de registro que se acentuaría en la década de los setenta como consecuencia del fracaso en la guerra de Vietnam o escándalos como el Watergate, que sirvieron de fondo a títulos notables sobre los que se cimentó un tipo de conciencia cinematográfica que venía a advertir de su poder a la hora de velar por el espíritu del sistema constitucional estadounidense y hacérselo saber al mundo.

The mauritanian responde a ese compromiso, así como aprovecha para retratar toda la inmundicia que rodea a la existencia de un complejo destinado a la tortura sistemática de sospechosos de terrorismo en la base de Guantánamo sin protección jurídica alguna. Lo hace a partir del caso de Mohamedou Ould Slahi, un ciudadano mauritano al que detuvieron poco después de los atentados del 11S acusado de reclutar a varios kamikazes y mantener vínculos con Bin Laden. Años después, su caso llegó a manos de una abogada especializada en la defensa de derechos civiles que aceptó representarle ante la ausencia de evidencias que sostuvieran su permanencia en prisión.

Mohamedou tiene el rostro amable y noble -tal vez demasiado- de un convicente Tahar Rahim, mientras que Jodie Foster imprime el carácter y la tenacidad exigidas para hacer creíble a su inteligente y comprometida abogada, a quien le puede más la defensa del estado de derecho que la de su propio representado. Junto a ellos, un eficiente Benedict Cumberbatch, condicionado por el cambio de registro al que le empuja el guion, y una prometedora Shailene Woodley.

Al frente de ellos, un siempre competente Kevin Macdonald (El último rey de Escocia, La sombra del poder) que logra lo más difícil: que la denuncia y el entretenimiento confluyan a idéntico nivel, ajeno al sentido panfletario que pueden adoptar este tipo de relatos y atento al peso de los protagonistas como hilos conductores de la historia y su trasfondo.

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