CinemaScope

Sky rojo: Kill Romeo, Volumen I

Álex Piña y Esther Martínez Lobato completan un atractivo y frenético ejercicio de imitación bajo el que sobreviven algunos diálogos afilados

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Alex Pina y Esther Martínez Lobato han formado una de las parejas más fiables del ámbito televisivo de los últimos años, a la altura de la creada por Ramón Campos y Gema R. Neira. Hicieron historia con La casa de papel y posteriormente triunfaron con Vis a vis, series que les otorgaron el crédito suficiente como para asumir riesgos, caso de la sugerente y delicada El embarcadero, pero también desafíos, como el afrontado ahora, de la mano de Netflix, en Sky rojo, un atractivo y frenético ejercicio de imitación bajo el que sobrevive cierto empeño autorial desde el que reivindicar la independencia artística, que no estilística. 

Imitación, porque toda la serie transpira, suda y huele a copia de principio a fin -nada de homenaje-, bajo la todopoderosa influencia de las películas de Tarantino, hasta el punto de que si en vez de Sky rojo se hubiese llamado Kill Romeo Volumen I no habría desentonado, solo chirriado en exceso. Y, empeño autorial, porque ese envoltorio destelleante plagado de referencias gratuitas e indiscriminadas, aunque asumidas sin complejo alguno, también reserva algunos diálogos afilados y una activa batalla en torno al mundo de la prostitución, en favor de un ejercicio de autoestima: sabemos hacer series tan espectaculares como en Estados Unidos e incluso nos arriesgamos con mensajes entre líneas.

La serie posee asimismo varias virtudes en favor de su atractivo: su montaje, acelerado, plagado de flashbacks, y en el que se alternan los puntos de vista; un diseño de producción a la altura de los modelos cinematográficos que imita; un guión inverosímil, tramposo, pero que es pura adrenalina; y la duración de cada uno de los ocho episodios, inferior a la media hora.

Cuenta la historia de tres prostitutas (Verónica Sánchez, Lali Espósito y Yany Prado) que, después de creer haber matado a su proxeneta, Romeo (Asier Etxeandia), huyen por carretera sin rumbo fijo -se encuentran en una isla, con lo cual no paran de dar vueltas por los mismos sitios- perseguidas por dos secuaces (Miguel Ángel Silvestre y Enric Auquer) para saciar las ansias de venganza de su jefe. En el fondo no deja de ser un relato circular, reiterativo, pero sobre todo muy reconocible, que vive de dejar sin aliento al espectador, sin tiempo a que se plantee si lo que ve tiene sentido o si le están tomando el pelo, aunque convencido de que lo entretienen. Sin mayores exigencias.

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