En España se estrenó como
Almas de metal (1973) y nos descubrió a uno de los nuevos talentos de Hollywood, Michael Crichton, pese a que su principal reclamo en el cartel era un Yul Brinner calcado al de
Los siete magníficos. La película se ambientaba en un parque temático dividido en tres zonas (el antiguo oeste, la edad media y la época romana) en el que los visitantes interactuaban con robots de apariencia humana, hasta que un fallo en el sistema provoca la rebelión de los androides, que convierten a los turistas en sus víctimas.
A partir de aquella premisa argumental, y de la propia novela de Crichton (
Westworld), Jonathan Nolan y Lisa Joy han levantado una de las series más espectaculares del muestrario de HBO hasta convertirla durante tres temporadas en uno de sus buques insignia.
En este sentido,
Westworld no solo cuenta con unos efectos especiales y un diseño de producción a la altura de cualquier superproducción, sino con un reparto de primera fila: Anthony Hopkins, Ed Harris, Evan Rachel Wood, Jefrrey Wright, Thandie Newton, Rodrigo Santoro, Vincent Cassel... Como decía uno de los personajes de Crichton de
Jurasic Park, “no hemos reparado en gastos”. Es más, la apuesta es igualmente argumental, a partir de los diferentes subtextos que alimentan la trama y que enlazan permanentemente con cuestiones filosóficas relativas a la identidad del ser humano y el libre albedrío, incluso con el empoderamiento femenino -retratado a través de los personajes de Wood (Dolores) y Newton (Maeve)-, lo que le confiere unas elevadas aspiraciones que van más allá del mero entretenimiento que se le presupone a una producción de estas características.
El resultado, de hecho, es de una apariencia inicial deslumbrante, aunque, una vez disipada, reincide en tramas soporíferas y en un desarrollo inverosímil que lastran el interés generado por la propia historia, la de una rebelión, aquí liderada por robots, como antítesis a la que debería asumir la ciudadanía contemporánea frente al control ejercido sobre su existencia desde los grandes centros de poder (económico) del mundo, aspecto en el que incide la nueva y tercera temporada de la serie, convertida ya en un thriller de ciencia ficción pero en el que vuelve a apabullar más su apariencia visual que la narración.