CinemaScope

El mundo fue y será una porquería

Rafael Cobos y Alberto Rodríguez vuelven a la Sevilla de finales del XVI para retomar los personajes de ‘La peste’ con una trama de intriga mejor elaborada

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Lo compuso Enrique Santos Discépolo: “Que el mundo fue y será una porquería, ya lo sé, en el quinientos seis y en el dos mil también”. La segunda temporada de La peste no se remonta tan atrás, se sitúa en la Sevilla de finales del siglo XVI, pero es fiel al paralelismo: poder, dinero, corrupción, desigualdades sociales, trapicheos, traiciones... Pónganle electricidad, aseos y asfalto y será como estar “en el dos mil también”. Para lograrlo, Alberto Rodríguez y Rafael Cobos, creadores de la serie, retoman a sus personajes principales cinco años después, envueltos en una trama de intriga mucho mejor elaborada que la anterior, aunque bajo idéntico compromiso estético o similares constantes vitales. En definitiva, una versión mejorada de su primera entrega, en la que sobresalía su exquisita recreación histórica y su meticuloso realismo, pero en la que la historia era una mera excusa -con duelo final entre buenos y malos, incluido- para desplegar un imaginario con escasos precedentes.

La Peste. La mano de la Garduña, mantiene un excelente nivel de ambientación, aunque abuse de las secuencias nocturnas a la luz de las velas, y se crece en el plano argumental a partir de una narración a medio camino entre las intrigas palaciegas, el relato policíaco y el drama histórico que, también hay que admitirlo, va de más a menos: no es casualidad que los dos primeros capítulos -los mejores de esta temporada- sean los dirigidos por Alberto Rodríguez, un tipo con un enorme talento para contar historias y que, en este caso, desarrolla con un notable sentido del entretenimiento.

Como en la primera temporada, La Peste sustenta otra buena parte de su interés en un reparto en el que  vuelve a sobresalir una inmensa Patricia López Arnáiz, a la que se suma en esta ocasión el sevillano Jesús Carroza, uno de los grandes descubrimientos del cine de Rodríguez -Siete vírgenes-, sensacional aquí en el papel de Baeza, un arribista con corazón que sabe moverse con destreza entre los bajos fondos, y Federico Aguado, en el papel de asistente de la ciudad, sin olvidar a Manuel Morón, que repite como Arquímedes para dar de nuevo una lección de cómo diccionar con auténtico acento andaluz.

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