Multitudinario fue el preestreno de ‘El hombre de las mil caras’ en tres salas del sevillano multicines Nervión. En cada una de ellas, su director, Alberto Rodríguez, su guionista, Rafael Cobos y dos de sus actores José Coronado y Marta Etura, saludaron al respetable. Pero a oscuras. Al menos, en la que quien esto firma se encontraba. Les oímos, pero no les vimos. Permanecieron en la penumbra. Imposible hacer fotos, pues no captaban más que sombras. Y, por cierto, gélida la temperatura interior pese al gentío.
Alberto Rodríguez, y con él su coguionista Rafael Cobos, han hecho una apuesta muy arriesgada con ‘El hombre de las mil caras’. Para empezar, radicalmente distinta al resto de su filmografía. Y, aunque sigan analizando las cloacas del país en el que les ha tocado vivir, lo hacen aquí desde claves totalmente opuestas. En el tono, en el tratamiento y hasta en el estilo, aunque no hayan perdido un ápice de sus señas de identidad.
Porque la historia de este tan oscuro y delictivo como fascinante personaje, Francisco Paesa, de la cosecha del 36, es narrada aquí desde sus etapas de los años 70 y 80, del pasado siglo, en adelante. En el periodo en que, de regreso a una España de la que tuvo que huir, bajo sospecha y vigilancia y rechazado por “los suyos”, sus compañeros del “alto espionaje”, se cruza con Luis Roldán, otro hombre tenebroso de pasado gubernamental, quien solicita sus servicios. Esta será su oportunidad para el desquite…
123 minutos de metraje. El guión, como se ha comentado anteriormente, lo firman el propio realizador y Rafael Cobos y se basa en el libro homónimo de Manuel Cerdán, resultado de su investigación en equipo con Antonio Rubio. Su notable fotografía es de Alex Catalán y su vibrante banda sonora, de Julio de la Rosa. Tiene un reparto en estado de gracia encabezado por un enorme Eduard Fernández, un excelente José Coronado y un notable Carlos Santos. Sin olvidar las estupendas composiciones de Emilio Gutiérrez Caba y Marta Etura.
Esta historia podía haber tenido un enfoque denso, dramático y moral. De denuncia al uso. O documental y de biopic clásico. Pero, por el contrario y para la sorpresa de quien esto firma, es un thriller político, de espionaje, contado en clave de aventuras a lo Ocean’s Eleven, de Steven Soderbergh, salvando las distancias.
En efecto. Es estimulante, divertida, ingeniosa, corrosiva y demoledora. Está brillantemente dialogada, sin ser discursiva. Ni siquiera la voz en off del narrador omnisciente, también cuestionado en ocasiones, estorba. Porque es necesaria para la inteligibilidad de la trama, de estas tramas tan complejas, y porque la puesta en escena la integra perfectamente como un elemento dramático más.
Su protagonismo absoluto es masculino plural. La historia y la época lo determinan. Afortunadamente para las mujeres… Pero el personaje de Marta Etura es clave e importante. Víctima y cómplice al mismo tiempo es, sobre todo, leal y muy lúcida. De la que interpreta a la pareja del antihéroe puede decirse otro tanto. Eso se hace extensivo a todos los caracteres muy bien descritos y nunca de una sola pieza.
“El cielo y el mundo pertenecen a unos pocos” dice el hilo conductor, el piloto fiel. Nada más cierto en esta perversa crónica de bajos-altos fondos reservados, de codicias, de cínicas ambiciones, de mentiras, de corrupciones, de secretos, de traiciones y abusos de poder. Nada sigue siendo más cierto aquí y ahora. Tan evidente como que no deberían perdérsela.
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