En 1968, Richard Fleisher dirigió una más que interesante película sobre el asesino en serie bautizado como “el estrangulador de Boston”, que había acabado con la vida de 13 mujeres. Aquel filme poseía varias peculiaridades que lo hicieron muy popular y atractivo en su momento. De un lado, el uso de la pantalla fragmentada; del otro, la elección de Tony Curtis para encarnar al despiadado criminal.
Disney acaba de estrenar una cinta bajo el mismo título, El estrangulador de Boston, que, si bien toma como punto de partida los mismos hechos, los plantea desde un nuevo punto de vista -el de dos mujeres periodistas que siguieron el caso- y beneficiado por la perspectiva del paso del tiempo, durante el cual se han desvelado nuevas circunstancias que distan mucho del concluyente final de la película de Fleisher, puesto que no está acreditado que se tratase de un único asesino.
Dirigida por Matt Ruskin, la película se mueve a partir de dos constantes que tal vez distancien el resultado final de las expectativas del propio espectador. Para empezar, su apariencia estética es tremendamente deudora tanto del Zodiac de David Fincher -el desarrollo de la investigación periodística guarda muchos nexos en común con ella- como de la excelente serie Mindhunter, por el acercamiento psicológico a algunos de sus protagonistas, y la permanente certeza de que todo cuanto ocurre tuvo lugar en realidad: la crueldad y la maldad existieron (existen) de verdad.
La segunda constante tiene que ver con su auténtica razón de ser. Estamos ante un thriller, sí, pero de enorme y subrayado trasfondo feminista. Lo es tanto a la hora de retratar la violencia machista ejercida contra las víctimas de la película -mujeres mayores y jóvenes que viven solas-, como en lo concerniente a las dos periodistas que guían toda la trama: la muy convincente Keira Knightley y la excelente Carrie Coon -una actriz que siempre lo hace todo bien-.
Sobre ellas pesa siempre la mirada de algún hombre, ya sea en el trabajo -las periodistas solo son elegidas para la sección de modas y sociedad- o en su propio hogar, donde su marido la relega a un papel secundario en el que la conciliación es imposible. Y el filme incide una y otra vez en esos detalles, como si su director hubiera hecho promesa. Tanto que se hace cansino, aunque su principal defecto no sea ése, sino la falta de entusiasmo por lo que cuenta y que la limita como solo correcta película de suspense.
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