Si hay un factor común y predominante a lo largo de la filmografía de Steven Spielberg es su habilidad narrativa, a través de una destreza innata que impregna desde el sentido del espectáculo, al uso de la cámara, de la música -casi omnipresente John Williams-, de la luz o el color -fundamental el trabajo de Janusz Kaminski en su obra durante las últimas dos décadas- y el ritmo mismo a través del montaje, incluso en aquellos casos en los que se rinde a la sensiblería, a los desenlaces almibarados o a la futilidad de alguna de las historias elegidas, que, en definitiva, son los que han impedido que la crítica le invitara a cenar a la mesa de otros grandes maestros.
Ahora, tras su arriesgada, interesante, aunque no magistral, incursión en el mundo del musical con su propia versión de West side story, regresa con uno de sus trabajos más personales, desde el momento y forma en que atañe a sus propios recuerdos de juventud y al de su familia misma, presentada aquí bajo el apellido Fabelman, y utilizados como telón de fondo para hacer patente el origen de su fascinación por las películas, convertida aquí en una continua exploración de las posibilidades narrativas y artísticas del medio, en toda una lección de cine, como subraya en la antológica secuencia final -una lección de cine por sí misma- y en la corrección del último plano, en un derroche impagable de genialidad.
Es, por otro lado, una película a ratos luminosa, a ratos áspera, casi una pregunta constante en la continua definición personal del joven protagonista, tanto en lo emocional como en lo profesional, como queda de manifiesto en el vital encuentro con su tío abuelo -Judd Hirsch-, que es quien le define los límites del arte que debe estar dispuesto a sobrepasar todo creador para hacer patente su talento, y que pasan por huir del encorsetamiento familiar, que remite igualmente a la figura de la madre, una excepcional Michelle Williams, a la que Spielberg subraya desde una autenticidad por momentos sobrecogedora.
Porque Los Fabelman, es cierto, se construye a partir de preguntas constantes, pero también está plagada de respuestas, y lo hace sobre cuestiones complejas, personales y eternas en torno a la vida, al amor, al destino, a la creación, a partir del ejercicio magistral y maravilloso de un hombre dedicado a hacer películas, algunas inolvidables como ésta.
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