Sin Diazepam

Desde Barbate al más allá a lomos de nuestros rocinantes

Y sí, ya no estás. Aunque sí, claro que estás. Quizás no en las serpenteantes calles, quizás ya no nos saludaremos sobre estas desquebrajadas aceras

Publicado: 13/09/2019 ·
09:38
· Actualizado: 15/09/2019 · 20:55
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  • De todas las opiniones, la tuya era oro en paño. -
Autor

Younes Nachett

Younes Nachett es pobre de nacimiento y casi seguro también pobre a la hora de morir. Sin nacionalidad fija y sin firma oficial

Sin Diazepam

Adicto hasta al azafrán, palabrería sin anestesia, supero el 'mono' sin un mísero diazepam, aunque sueño con ansiolíticos

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  • Desde que nos conocimos supe, qué maravilla, que no éramos distintos, qué eras otro quijote bailando en un mundo repleto de putos carajotes

Otro mordisco en el corazón, otra esquirla clavada en el alma, otro zarpazo de las garras del tiempo que extrae jirones de las entrañas.

Pero estás y estarás en la profundidad de la memoria, en el increíble verso que componen los recuerdos para delirio de los que jamás queríamos estar cuerdos

Gira y gira una macabra ruleta que con los años destripa las vidas de los coetáneos con tal asiduidad como si quisiera prepararnos, o advertirnos, para nuestro propio último viaje. Llegará, claro que llegará, el día en el que se detenga frente a nuestra casa y nos llame por nuestro nombre para borrarlo definitivamente de la faz de la tierra de los vivos.

Es aleatoria, sin sentido, insensible, descarada, descarnada, desgarrada y asesina. Un descuido al volante, una parada cardiaca, un tumor e incluso una bala. Un hueso de pollo que se incrusta en la garganta. Un resbalón desafortunado y la nuca se abre como una flor al golpearse contra la esquina de los espejos rotos. Y adiós, cariño, adiós.

Con el cuerpo bañado en cervezas llegaba al final de la Calle Agustín Varo, listo para recibir tu abrazo, listo para que me endulzaras el ego y los oídos desgranando los sentimientos que despertaron en vos mi artículo de los viernes. Tu local está abierto, suena la música como una nube que me retrotrae a los años ochenta. Y entraba, y lo hacía aposta, empujado por mi vanidad. De todas las opiniones, la tuya era oro en paño. Pero antes me abrazabas durante diez segundos en los que me susurrabas que te habías reído, o que habías llorado o que era increíble que escribiese lo mismo que ya habías pensado, convirtiendo en letras esas emociones que a los que somos de otra pasta nos unen. Y luego, una cerveza, de lata, bien fría, la cual nunca me dejabas pagar. Solo una, porque te lo juro hermano, entraba solo para verte, para saber tu opinión, para dormir encantado de saber que me comprendiste. Es maravilloso cerrar los ojos al día siendo consciente de no estar solo. Al menos, hay dos locos.

A las dos de la madrugada de este jueves se detuvo el pulso y una marea de nubes te rindió homenaje al alba cubriendo el cielo de un gris funesto. No suelo hacerlo, pero acudí al velatorio porque tenía que darle uno de nuestros abrazos a tu hermano Felipe. Pero no entré a verte porque ya no estabas, porque me quedo con tu mirada, inteligente, sincera y tímida tras los cristales de tus legendarias gafas. Porque me quedo con la imagen de tu menudo cuerpo detrás de la barra, agachado junto al portátil, concentrado en qué melodía elegir.

Porque me quedo con tus conversaciones, ágiles y profundas que denotaban todo lo que intuí desde el primer día que nos vimos: eres de los míos, un ser bañado en humildad, cubierto de sensibilidad, ahogado por los mil demonios que siempre azotan a los que queremos ser pura bondad. En lucha siempre por ser uno mismo, dejando a un lado lo que piensen los demás. Con la sonrisa brutalmente armada, disparamos siempre hacia dentro, conocedores de que el universo cabe entre nuestro pecho y espalda. Desde que nos conocimos supe, qué maravilla, que no éramos distintos, que eras otro quijote bailando en un mundo repleto de putos carajotes. Y, te lo juro, no hay nada que me guste más en una persona.

Y sí, ya no estás. Aunque sí, claro que estás. Quizás no en las serpenteantes calles, quizás ya no nos saludaremos sobre estas desquebrajadas aceras. Pero estás y estarás en la profundidad de la memoria, en el increíble verso que componen los recuerdos para delirio de los que jamás queríamos estar cuerdos. Claro que estás, José Juan, e incluso leerás este artículo, y te reservarás tu opinión hasta que me convierta en ceniza con al menos la ilusión de comentarlo entre tragos de cerveza. Allá nos veremos. Hoy aquí todo es un poquito más mierda y ya se te echa de menos. Lo dicho, ahora te lloro, me duelen los ojos, me sangran las palabras pero en breve nos vemos, nos damos un abrazo como viejos amantes y a surcar aquello que no será tierra a lomos de nuestros rocinantes.

 

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