La Taberna de los Sabios

La soledad de la presidenta y la cabeza de los abencerrajes

El responsable verdadero del desaguisado se sacude indolente la responsabilidad del desastre y te señala a ti como única víctima propiciatoria

Publicado: 05/12/2018 ·
09:04
· Actualizado: 05/12/2018 · 09:04
Publicidad AiPublicidad Ai
Autor

Manuel Pimentel

El autor del blog, Manuel Pimentel, es editor y escritor. Ex ministro de Trabajo y Asuntos Sociales

La Taberna de los Sabios

En tiempos de vértigo, los sabios de la taberna apuran su copa porque saben que pese a todo, merece la pena vivir

VISITAR BLOG

Conoces ahora el vacío amargo de la soledad. Los olés del ayer se transmutaron en el desprecio de hoy. Los que te sonreían hasta el domingo, te bajan la mirada cuando te cruzas con ellos. Quienes te juraban lealtad, confabulan contra ti en oscuros cenáculos. Tu suerte está echada. Lo sabes, pero te resistes a rendirte. Por raza, por coraje y porque no asumes el papel de víctima propiciatoria de los errores del otro. Cosas del destino. Tú tenías la razón, pero serás la que pagues por la necedad de quien te ganó, contra todo pronóstico, en los caprichosos juegos de poder. Rencoroso, aguardaba el momento para la venganza, y tu derrota en las urnas ha servido tu cabeza sobre su bandeja. Mal enemigo te echaste, que ni olvida ni perdona.

Paseas por las penumbras del palacio de San Telmo, antigua escuela de mareantes, mientras interrogas sus silencios. ¿Cómo pudo ese insolvente ganarte el congreso? Y te arrepientes de no haber sido más crítica, más severa, contra sus desvaríos y desmanes. Sus malditos errores fueron los que, en verdad, os hundieron. Callaste, consentiste y, al final, soportas el castigo de un electorado al que sus dislates desengañaron e irritaron. La victoria tiene muchos padres, pero la derrota una única madre. Tú. O al menos, ese el susurro acusador que recorre fantasmal los cenáculos del poder.

Los salones, los jardines de tu palacio son hermosos, pero guarida cierta del monstruo de la traición, de la hidra del desagradecimiento, de la sibila de lengua viperina que emponzoña, maledicente,los ánimos y las lealtades de tus antiguos súbditos. Cosas de la política, que nunca cambió en su esencia. Y ahora recuerdas la leyenda de los abencerrajes de la Alhambra, un palacio aún más hermoso que el tuyo a las orillas del Guadalquivir. Te estremeces porque conoces bien su secreto: la Alhambra es poesía, pero también sangre; es belleza sensual, pero ensangrentada por el terror atávico del poder. Abencerrajes y zenetes capitanearon en el pasado los bandos que rivalizaron en la corte nazarí. Los zenetes, para desacreditar a sus enemigos, inventaron una relación amorosa entre un joven abencerraje y la concubina favorita del emir. Sutilmente lograron que el rumor infame llegara a oídos del monarca, que enfurecido y celoso decidió aplicar un castigo ejemplar. Así, con grandes señales de hospitalidad, invitó a los abencerrajes a una cena en la Alhambra. Una vez todos reunidos, les cortó la cabeza. La sangre abencerraje regó el suelo de la estancia de los altos mocárabes y la serpiente roja de su sangre reptó hasta la Fuente de los Leones. Desde entonces, se le conoce como la Sala de los Abencerrajes, en cuya fuente, dicen, aún perdura el rojo de la afrenta.Que, desde siempre, como bien sabes, en los palacios se mató más que se amó.

Llevabas tiempo indispuesta con él, sultán de los dislates. Te odiaba y ahora aprovechará la ocasión de tu debilidad. Ya afila el alfanje del sacrificio. Le han contado que el problema eras tú, cuando tú sabes que, en verdad, el problema era él y los mediocres que le agasajaban. Pero todo eso da igual ya. Su deseo de venganza sólo se saciará con tu castigo. Dirá que fuiste tú quien se equivocó y pedirá tu cabeza abencerraje. Los bisbiseos de denuncias y de ultrajes en tu contra ya corren de boca en boca y cada día son más los cortesanos aduladores que te apuntan con su dedo acusador. Farsantes, hipócritas, sepulcros blanqueados.Te sientes sola. Sólo unos pocos fieles incondicionales te acompañarán hasta el final, conocedores del sacrificio ritual que les aguarda. Te preocupa su destino,  a ti, que intuyes el tuyo. ¡Es tan injusta la política!

Y mientras, el responsable verdadero del desaguisado se sacude indolente la responsabilidad del desastre y te señala a ti como única víctima propiciatoria. Querrá que tú purgues con la culpa que a él le correspondería en puridad. Es duro. Pero si de consuelo te sirve, te diremos que muchos respetamos tu dolor digno. Eras la mejor de los dos, pero no pudo ser, maldita sea.

Envía tu noticia a: participa@andaluciainformacion.es

TE RECOMENDAMOS

ÚNETE A NUESTRO BOLETÍN