Cartas a Nacho

Infancia

Pocos actos pueden ser más viles que adelantar la “adultez” a un niño. Despojarle de la ilusión...

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A medida que vamos creciendo, que cambiamos experiencia por tiempo, las creencias que nos ayudaron a ser felices en nuestra infancia vuelven a nosotros. Todo lo que nos contaron cuando éramos pequeños es cierto. Luego, con los años, todo lo complicamos y nos volvemos descreídos, inseguros y desconfiados. Y ahí empiezan nuestros problemas.

Pocos actos pueden ser más viles que adelantar la “adultez” a un niño. Despojarle de la ilusión. Todo lleva su tiempo y cada uno, cada niño, necesita el suyo. En secuencias distintas. En lenguajes propios. Es un acto brutal que no se comprenda esto, que se destruya por ignorancia y, peor aún, por beneficio propio, los inocentes nervios de un niño en una noche de 5 de enero, donde la cama infantil se vuelve hostil y ese rectángulo, en un campo de batalla inmenso que no tiene fin. Si rompemos la impaciencia por la llegada del amanecer, “muere” el niño. También el adulto.

Intuyendo que hay gato encerrado con esto de los Reyes Magos, mi ahijado Nacho  está a punto de cruzar la frontera. Sabe calcular el tiempo. Conversa con los compañeros del colegio. Será difícil prolongar esta “mentira”, sobre todo cuando sé que no lo es tanto.

Es complicado hacerle ver a un niño de diez años que lo que le contamos en su infancia es verdad. Que posiblemente exageramos un poco con lo de Melchor, Gaspar y Baltasar, pero los sueños, tus deseos se vuelven realidad cada noche del 5 de enero. Que no hay vuelo más hermoso que el que hace un caramelo desde la mano de un niño hasta la bolsa de plástico de una abuela durante el recorrido de una cabalgata. Que toda espera tiene su premio y que si te portas bien, siguiendo tus principios, la vida te recompensa.

Será una tarea laboriosa que, tras la desilusión, vuelva a creer en los milagros. Pero es lo natural. Tendrá que vivir su vida. Aprender de sus errores. Caerse y darse fuerzas para levantarse. Esperar sin forzar nada. Dentro de muchos años comprenderá la importancia de un caramelo. De ese primer viaje en globo en aquella tarde de enero. De las cartas personalizadas que le enviaba Gaspar y del poco cuidado que los camellos de los Reyes Magos tenían al entrar en su casa. Toda una parafernalia creada para que creyera en los milagros. Por unos nervios, por una sonrisa. Para continuar una cadena creada con eslabones llenos de cariño de los adultos que nos precedieron.  

Estamos perdidos si, también, consentimos que a un niño le rompan su noche de Reyes Magos. No tendrá futuro. Tampoco nosotros. 

 

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