Cartas a Nacho

Heroína

El simplón programa se convirtió en un espacio de servicio público donde una señora se desahogó y dio voz a miles de mujeres...

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Ayer se cumplieron veinte años del asesinato de Ana Orantes. En 1997, en nuestro país la violencia de género era considerada como un asunto interno, como algo que ocurría en el terreno de la privacidad del hogar, “puertas adentro”. Un tema en el que mejor no meterse. No existían estadísticas oficiales, sólo un recuento cuyas fuentes eran los propios medios de comunicación. Era común el mirar para otro lado y el comentario “algo habrá hecho”.

A finales de la década de los noventa, en televisión triunfaba el formato de los “programas testimonio”. Sobre un tema determinado, un grupo de personas se sentaban en un plató y gracias a las preguntas del presentador los invitados iban desgranando su experiencia sobre el asunto del que se trataba. Un género señalado como “telebasura” entre los intelectuales pero ampliamente respaldado por los datos de audiencia.

Como otros canales de televisión, Canal Sur tenía su programa de testimonios conducido por Inma Soriano y a él acudió Ana Orantes para dar fe del calvario que sufrió durante cuarenta años de maltrato y humillaciones por su marido. La entereza y sobrecogedora manera de contar su experiencia hizo que aquel relato impactara en la sociedad española.

El simplón programa se convirtió en un espacio de servicio público donde una señora se desahogó y dio voz a miles de mujeres que habían o estaban viviendo una experiencia similar. Ana Orantes, valientemente, destapó una cruel realidad encubierta por todos y la manera en la que se podía combatir.

La enorme repercusión de aquellas declaraciones hicieron que su ex marido, al que un juez le permitió seguir viviendo en el mismo edificio que ella después del divorcio, prometiera venganza y sólo trece días después, el 17 de diciembre, tras una paliza, la ató y la quemó viva ante la presencia de su hijo menor, que volvía del colegio. La detención del marido dos horas después, una sentencia de 17 años de prisión y su muerte por un infarto de miocardio en la cárcel a los siete de estar detenido fue el triste final de un matrimonio dramático.

La conmoción que supuso conocer aquella historia en un momento en que nos considerábamos el ombligo del mundo -sólo habían pasado cinco años de los fastos del 92-, presionó a los gobiernos en mejorar y ampliar las leyes en defensa de la mujer que sufría violencia de género.

La lacra sigue estando presente en nuestro país, pero el avance ha sido considerable; por supuesto, no el suficiente. Al menos estamos más concienciados y también sabemos que no somos el centro del universo.  n

 

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