Cartas a Nacho

Cádiz

Y la siempre verde, y las pitas, y el diente de dragón, y el espino de fuego y la acacia...

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La transparencia de la fría agua turquesa del Atlántico cuando se va a convertir en Mediterráneo; el mar donde está disuelta la biblioteca de Alejandría. El paraíso lejano, no por la distancia física y sí por los complejos de europeo altivo, que se vislumbra desde la orilla y al que nos dirigimos por el nombre de África; la diosa representada por una mujer de porte oriental sentada sobre un elefante y que sujeta en una mano el cuerno de la abundancia y un escorpión en la otra. África, la cuna de la humanidad. África, el telón de fondo del paraíso.

Y los bancos de delfines. Y la puesta de sol sobre la duna viva que es monumento natural. Y la despedida del rey Sol, que lo hace sobre las ruinas de una antigua ciudad romana dedicada a la industria del salazón. Y las estrellas. Deben verse en su cielo tantas como granos de arena hay en su tierra.

Y la siempre verde, y las pitas, y el diente de dragón, y el espino de fuego y la acacia. Cuántos hermosos nombres que tejen el verde manto de la orilla.

Y la geometría de las piedras que nacen en el oro de la arena y se sumergen en perfectas líneas paralelas hasta el corazón herido y turbulento por las corrientes marinas en el mimo sitio de las batallas de Nelson. Y la intermitente luz de Trafalgar. Dos faros compiten. Y siempre se aúpa el mismo.

Y el atún. El dios que domina las aguas y al que seguimos una legión de fanáticos como los críos seguían al flautista.

Y las gentes. Y la libertad. ¡Fuera disfraces! Llegó la hora de ser uno mismo. Aquí no hay conexión a ficticios grupos de amigos virtuales. Esta red social se confunde con la que cada día lanzan los pescadores en busca del preciado dios y por ello es la más verdadera.

Soy un gaditano nacido en la calle Feria de Sevilla. Soy un exiliado en una ciudad que amo profundamente, pero a la que tengo que abandonar anualmente para volver a sentirme yo. Mi paraíso no está lejos. Mis dioses no son complicados de entender, ni sus doctrinas son excluyentes. Sus mensajes me recuerdan una y otra vez lo que Cervantes ya comentó, mi principal misión es la de ser feliz. Y allí lo soy. O al menos me produce una sensación a la que creo que se le puede llamar así. En el ritual católico se dice que “es justo y necesario”; en el mío lo aplico a los demás y a mí mismo. Disfrútenlo, como puedan, como deban; pero háganlo. No permitan que las urgentes historias de lo cotidiano interrumpan la importante misión que tienen con ustedes mismos. Ser feliz. Encuentren su Cádiz. Yo encontré a mi Bolonia. 

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