Cartas a Nacho

Río

Esas aguas no son las tuyas, pero sabes que si no lo haces te harán daño. Pura supervivencia...

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Tú de pie al borde de un desfiladero y en el fondo del cañón, el paso, a veces pausada y otras agitadas, de las aguas de un río. Esa es la vida según un amigo.

Ese río es tu propia existencia. En la mayoría de las ocasiones te limitas a verlo pasar. En otras, saltas e intentas cambiar el curso de las aguas. Si intuyes que el final de los días de una persona querida está próximo, saltarás. Esas aguas no son las tuyas, pero sabes que si no lo haces te harán daño. Pura supervivencia.

La experiencia, es decir, los años vividos, no es más que un paracaídas que te permite minimizar los daños en el salto al precipicio cuando decides intervenir en el curso de tu vida. Es en la juventud cuando más veces saltas, justo cuando aún no lo tienes. Sin embargo, según vas creciendo, serán más esporádicos los saltos y guardarás con más tesón esa lona protectora. Pura supervivencia.

Si en el final de los días de la persona querida intentas intervenir, en el comienzo de una nueva vida, te limitas a estar. A observar. Te empapas de emociones de otros hasta que consiguen contagiarte y también tú te entregas a la fiesta. Un nuevo río nace y el recién nacido aún no es consciente del desfiladero. Pero tú que lo sabes no puedes hacer nada. Es tan débil el curso del agua que no conoces el camino que tomará dentro del valle. Y allí te muestras, expectante y dubitativo. Viendo el acontecimiento, queriendo saltar. Hasta que finalmente decides disfrutar de la nueva llegada, al igual que hacen los otros. Pura supervivencia.

Nunca se olvidan, cada vez están más presentes los cursos de agua que se agotan o mejor, los ríos que terminan desembocando en el mar. Lo comprendes mucho después. Aunque maldices el momento que lo ves llegar al océano, ya han cumplido su misión. Lo comprendes después, cuando nace el nuevo. Es tan fácil que resulta escandaloso. Pobres nuestras mentes, desgraciados de nosotros que no llegamos a entenderlo hasta que no vemos las primeras gotas en el nacimiento del nuevo río.

Los cursos de los ríos se dispersan por distintos valles, los desfiladeros son diferentes. La vegetación que decora su discurrir es diversa. Pero el agua que transcurre por ese curso siempre es la misma. Nos lo enseñaron en la escuela. El agua del mar se evapora, se transforma en nubes y vuelve a la tierra formando ríos. Tú seguirás asomado al precipicio viendo pasar tu río. Habrá alguien que en el último momento salte por ti para intentar cambiarlo. No podrá hacerlo, pero volverás en forma de nube. Pura supervivencia. Yo lo he vivido esta semana.

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