Sevilla

Desde la Butaca: ‘La corresponsal’, crónicas desde el infierno

Es una estremecedora e impactante incursión en el infierno, en todos los infiernos bélicos de nuestra contemporaneidad y en las zonas más peligrosas...

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Cercano el día de ardores militares con cientos y cientos de miles de personas atestando las calles presas de orgullos bicolores, es más pertinente que nunca honrar a una mujer, Marie Colvin -periodista norteamericana y corresponsal de guerra para el diario británico Sunday Times desde 1986, que nació en 1956, que cubrió los conflictos armados de Sierra Leona, Timor Oriental, Kosovo, Zimbabue, Chechenia, Primavera Árabe, Sri Lanka, donde perdió el ojo izquierdo por una granada y, desde entonces, lo cubría con un parche negro… hasta llegar a Homs (Siria) donde fue asesinada el 22 de febrero del 2012. Fuente: Wikipedia- en cuya vida adulta profesional, sobre todo, pero también personal, se basa esta película.

Esta producción estadounidense -de 110 minutos de metraje, cuyo título original es ‘A private war’, dirigida por Matthew Heineman, un prestigioso documentalista de la que es su ópera prima narrativa; escrita por Arash Amel y Marie Brenner, en cuyo artículo de Vanity Fair ‘La guerra privada de Marie Colvin’ está basada; fotografiada con excelencia por Robert Richardson y con una banda sonora, muy bien integrada como un elemento dramático más, que firma H. Scott Salinas- es una estremecedora e impactante incursión a las entrañas de las más feroces batallas observadas, vividas, sentidas y sufridas desde la mirada del personaje central -una espléndida Rosamund Pike, a quien todos los honores le son debidos y a la que van a caerle justamente muchos premios y reconocimientos- siempre posicionada al lado de las víctimas civiles en cualquier trinchera.

Es una estremecedora e impactante incursión en el infierno, en todos los infiernos bélicos de nuestra contemporaneidad y dentro de ellos en las zonas más peligrosas, en las que ella siempre era la primera en llegar y la última en irse. De las que ella daba cuenta con las únicas armas de su cuaderno, su bolígrafo, y su portátil. De las que ella no salió indemne, con su estrés postraumático a cuestas y los daños colaterales del  alcoholismo, del tabaquismo, de sus desórdenes íntimos y de su sensibilidad a flor de piel que nunca se endurecía, pese a su experiencia.

Pero en su caso, como especifica muy bien la coguionista en el brillante artículo citado en la ficha técnica, no se trataba de una adicción a la adrenalina o a las emociones fuertes, sino a “su inquebrantable compromiso con la verdad”.  Un compromiso que este relato fílmico registra desde atrás, junto a flashs backs e interludios privados ‘tantos años antes de Homs… hasta llegar a este su último destino, siempre acompañada por su fiel fotógrafo Paul Conroy -un correcto Jamie Dorman, junto a los excelentes, aunque en breves apariciones Tom Hollander y Stanley Tucci-  que resultó gravemente herido y que la vió morir, abatida cobarde y deliberadamente por el régimen asesino de al-Assad,  para el que los informadoress eran un objetivo a liquidar, por ser testigos incómodos, junto a sus compatriotas más indefensos, enfermos, hambrientos y desarmados junto a los que ella y él estaban.

Cerca de un millar de periodistas han sido asesinados en la última década. Recordemos a los de nuestro país tales como José Couso, Ricardo Ortega, Julio Anguita Parrado, Julio Fuentes, Juan Antonio Rodríguez…

En cualquier caso, en homenaje a esta mujer extraordinaria y por sus valores cinematográficos, nadie debería perdérsela.

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