Los nuevos presidentes del Senado y el Congreso -Cruz y Batet- antes de comenzar su mandato ya han sido descalificados por los que creen tener la patente, el ADN, el santo y seña y la marca registrada de España y la Constitución no se sabe dónde. Pero tenerlo, creen tenerlo. Por eso es pertinente contestarles con las mismas palabras que el propio filósofo y presidente del Senado escribió hace poco: “Nadie violenta más la Constitución, nadie le hace más daño, que quien intenta utilizarla en su provecho, quien cree que se puede instrumentalizar con fines partidistas en el combate político”. La Constitución Española es una pieza fundamental de liberalismo democrático y social porque se hizo tras cuarenta años de dictadura. Los constituyentes vinieron vacunados contra la intolerancia y sabedores –recordando la Guerra Civil que asoló nuestro país- de que el diálogo era el único camino para salir de lo que parecía una maldición histórica, tras las dos repúblicas, las constituciones que duraban meses, los exilios –por turnos- de monárquicos y de liberales, la dictablanda de Primo de Rivera y la dictadura de Franco.
Quién haya visto a Pasionaria, Alberti, Fraga o Blas Piñar no matarse en las primeras Cortes del 77 no podría –cuarenta y dos años más tarde – extrañarse de que Junqueras, Pedro Sánchez, Casado, Rivera o Abascal se saludaran civilizadamente. No ha sido el caso de Casado y Rivera. La diferencia es que ahora hay una Constitución en vigor y –rememorando a Cicerón- todos somos esclavos de la Ley Fundamental. No es una línea roja, es la condición de la convivencia.
Popper dixit: “Hemos de estar orgullosos de no tener una idea, sino muchas, buenas y malas; de que no tenemos una creencia única, ni tampoco una sola religión, sino muchas: unas buenas y otras malas”. Por eso existen los parlamentos para encontrar el mínimo, o el máximo, común denominador para dirimir, no con la sangre – como en el Antiguo Régimen o en las dictaduras- sino con el diálogo y la discusión, los problemas de los ciudadanos. Los detalles cuasi folclóricos en algunos juramentos o las pillerías en la colocación en los asientos, los pateos a las promesas o juramentos y otras hierbas son formas de querer obtener un protagonismo que no les dieron las urnas. Flor de un día. Luego, como el niño de Bescansa, irán a la guardería.
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