La actitud y el posicionamiento de Jorge Romero y su grupo ante la propuesta de reconocimiento a los dos policías que salvaron la vida a un vecino de la localidad, víctima de un infarto en plena calle el pasado mes de enero, y que fue llevada a la sesión ordinaria de pleno correspondiente a este mes de abril por el Partido Popular, es una muestra más, la enésima, de por qué el actual alcalde de Los Barrios y su equipo de gobierno se merecen no solo una dura reprobación de la opinión pública, y la publicada, sino también, y sobre todo, que no se les vote el próximo 26 de mayo en las elecciones locales.
Me explico: quienes están encargados de dirigir –en parte– los destinos de una ciudad no pueden actuar dejándose llevar por sus simpatías o sus aversiones personales. Hacerlo no solo es una grave irresponsabilidad, es, además, una injusticia que los ciudadanos no deberíamos dejar pasar por alto, ni permitir que suceda, y mucho menos reiteradamente.
El caso del que hablo, por cierto, ya fue motivo de un artículo para este mismo espacio escrito en febrero. Un texto en el que destacaba la actuación de los dos citados agentes del cuerpo de nuestra Policía Municipal, así como la profesionalidad, eficiencia y vocación de servicio de toda la plantilla de funcionarios que la integran, a la vez que criticaba la ineptitud exhibida –y a las pruebas no hay más que remitirse– por los cargos políticos que, como concejales delegados de Seguridad Ciudadana, han estado al frente a lo largo de los últimos ocho años.
Lo triste, indignante y lamentable del asunto (inevitablemente me veo obligado a utilizar tales adjetivos más de lo que me gustaría cuando he de referirme a la labor desarrollada por los actuales gobernantes barreños, si es que labor puede llamarse) es que tal forma de proceder es la que ha caracterizado la gestión de Romero y los exandalucistas, reconvertidos al cien por cien en no se sabe qué exactamente, desde que llegaron a la alcaldía. Forma de proceder que ha tenido nefastas consecuencias para Los Barrios.
Ante el silencio cómplice de quienes le acompañan, más quienes le asesoran, y a un coste de escándalo para las arcas del Ayuntamiento, Jorge Romero ha antepuesto su particular sed de venganza al interés general de los vecinos, al tiempo que, muy cínicamente, ha tenido la desfachatez de presumir de lo contrario, y –antes o después– habrá de rendir cuentas por ello.
Un servidor, por desgracia o, tal vez, por suerte –en la vida no hay mal que por bien no venga, dice el refrán–, puede dar testimonio con su propia experiencia. Aunque en lo que a mí respecta, como ya es sabido, el aspirante a matador frustrado pinchó en hueso.
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