Última Columna

Fieles Hermanos y Hermanas.

Y ¡ay de aquél! que no aceptase o acepte el dogma, porque inmediatamente deja de ser hermano.

Publicado: 11/08/2018 ·
17:44
· Actualizado: 11/08/2018 · 17:44
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Autor

Rafael Fenoy

Rafael Fenoy se define entrado en años, aunque, a pesar de ello, no deja de estar sorprendido cada día

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En este blog se pretende compartir análisis, reflexión y algo de conocimiento contigo persona lectora

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Toda religión tiene su propia doctrina, en el caso de la religión católica esta doctrina se recoge en el llamado Catecismo. Largo camino tuvo que recorrer la Iglesia Cristiana para forjar este ideario, acrisolado a fuerza de anatematizar a cientos de “herejías” y “desviaciones”. La historia de la Iglesia, sobre todo en los 5 primeros siglos, está plagada de procesos en los que se pretende ahormar la “FE” a fuerza de ir cercenando cada iniciativa, tanto como práctica de vida, como formulación teológica. Siempre en la base de las disputas el poder de controlar la organización aparece claramente reflejado, de forma que la andadura transcurrió por la senda del integrismo radical en torno a una “verdad” nada evidente, por otro lado, ya que se fue acrisolando muy, pero que muy lenta y dolorosamente.

Las primeras personas que asumían la fe en Cristo < el Jesús de Nazaret resucitado, el Jesús, Hijo de Dios>, pretendían vivir en comunidad de la mejor manera posible. Y muy pronto, siguiendo los relatos de los hechos de los Apóstoles y las cartas de estos, que nos han llegado de forma muy seleccionada, es posible advertir que vivir en comunidad representaba una enorme ventaja en una sociedad donde cada cual debía valerse por si mismo. La cooperación entre los creyentes ofrecía una seguridad envidiada por quienes los conocían y de hecho esta manera de afrontar las dificultades de la vida promocionaba fantásticamente el ideal de vida cristiana.

Pero eso de vivir en comunidad compartiendo los bienes tanto materiales como “espirituales”, casaba mal con una ortodoxia necesaria para afianzar un poder indiscutible que dirigiera las conciencias de todos los creyentes con mano firme. Lenta pero irremediablemente la autoridad, reconocida por todos, de quienes con su testimonio de vida ejercían un cierto magisterio sobre los creyentes, los hermanos y las hermanas en la fe, fue sustituida por una autoridad “oficial” que emanaba de las decisiones de unas pocas personas que, concilio tras concilio, definían el dogma y elegían a los “legítimos” sucesores de los apóstoles y sobre todo de Pedro, cabeza de la Iglesia, Y los hermanos en la Fe, las personas de buena voluntad que creían, porque experimentaban en sus vidas la bondad del mensaje de Jesús para vivir comunitariamente, se convirtieron, sin saberlo, en “fieles”.

Las palabras están cargadas de ideología y la distancia entre “fiel” y “hermano” es inmensa, representando ambos vocablos una diferencia insalvable. Analizar la evolución de la aparición de la palabra “fieles” a lo largo de la construcción de la jerarquía eclesial cristiana permite conocer mejor ese proceso, en el que paulatinamente las personas hermanas, primero en la vida, después en la fe, fueron degradadas a simples fieles receptores de los mensajes que aquellas personas tocadas por la divinidad, les hacían llegar. Ahora incluso con apoyo legal y económico del Estado que regula la religión en las escuelas y paga a quienes adoctrinan en el dogma.

Y ¡ay de aquél! que no aceptase o acepte el dogma, porque inmediatamente deja de ser hermano.

Fdo. Rafael Fenoy Rico.

 

 

 

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