El Campo de Gibraltar sigue siendo el escenario de la entrada a Europa de centenares de personas que tratan de huir de los mazazos del Tercer Mundo a bordo de embarcaciones, a menudo lanchas hinchables de juguete, con las que se juegan la vida en las aguas del Estrecho de Gibraltar.
Un fenómeno de sobras conocido en la zona, convertido ya en imagen habitual para los ojos del mundo civilizado, pero que nunca debe dejar de sensibilizar acerca de las trágicas historias que se esconden detrás, y que es de seres humanos de lo que se trata.
Sin embargo, antes de las imágenes que han recorrido todo el mundo de los inmigrantes en las pateras, se esconde toda una odisea en una recorrido por kilómetros de territorio desértico en África.
Argelia es un país clave en el engranaje de dichas travesías que miles de personas emprenden cada año, en muchas ocasiones, para sobrevivir. En el camino, negocian con mafias y hasta con las fuerzas de seguridad que ejecutan las políticas de inmigración de sus gobiernos.
La llegada de estas personas a los montes Gurugú, en Melilla; o Benyunes, en Ceuta, donde organizan sus partidas en patera, es, no obstante, imbricada.
La frontera entre Mauritania y el Sáhara Occidental está controlada, además de por las policías de frontera marroquí y mauritana, por los militares de la Minurso, la misión especial de la ONU que vigila que se mantenga la paz que el Frente Polisario y Marruecos firmaron en 1991.
En cambio, al nordeste del reino marroquí, su frontera con Argelia apenas está controlada, porque lleva once años cerrada oficialmente. La llegada de inmigrantes subsaharianos a la capital argelina es el origen de la verdadera odisea.
Este viaje supone para los inmigrantes cruzar por el norte de Mali, contactar con una mafia que les lleve hasta Tamanrasset, y de ahí a la capital. En Argel, los inmigrantes se dirigen al céntrico barrio de la Kashba, donde son distribuidos según sus nacionalidades y posibilidades por toda la ciudad.
Argel es el centro neurálgico de las mafias que derivan a los inmigrantes a Marruecos. Para ello, deben atravesar decenas de controles policiales y militares, tras los cuales llegan a un campamento fronterizo que les permitirá pasar al país alauita.
Una vez allí inician una odisea similar, hasta que los más afortunados logran cruzar la frontera que separa Ceuta o Melilla de Marruecos. Este supone el pase a su penúltimo escollo en el viaje: los campamentos en los montes, donde permanecen ocultos semanas a la espera de lograr una plaza en una patera.
Aquí pasan los rigores de las exigencias de las mafias, que les obligan a pagar cantidades que oscilan los 1.200 euros por persona para poder entrar en una de las embarcaciones. En la mayoría de los casos, son muchas las penurias que deben pasar para poder reunir ese dinero, cuando no alcanzan una deuda con las mafias que les exprime a su llegada a España.
Viaje
Las narraciones sobre los detalles de la odisea que sufren estas personas en sus calamitosos viajes se interrumpen cuando se trata de contar lo vivido en el interior de las pateras. El terror y el deseo de borrar de la mente una experiencia abominable hace que sean pocos los que hayan narrado su discurrir.
Encarna Márquez, de Algeciras Acoge, explica que “la gente no suele hablar de los viajes porque es muy duro para ellos. La embarcación va completamente llena, y a veces tienen que ir de rodillas, y durante horas no se han podido mover, con terror, en mitad de la noche. Por el mareo, comparten en ese espacio tan reducido vómitos y necesidades que no pueden evitar durante todas las horas que dura el viaje”.
Algunos testimonios arrancados por la Policía Nacional cuando les interrogan a su llegada  a España son desgarradores. La pasada semana, la Comisaría desvelaba las declaraciones de uno de los ocupantes de una patera rescatada en el Estrecho, que afirmaba que, como no sabía nadar, se había confeccionado una especie de salvavidas con un neumático viejo, con el que pretendía salvar la vida en caso de naufragio.
“Sobre el tema de que no saben nadar, nos encontramos con que han pasado en hidropedal o en una tabla de windsurf”, explica Encarna Márquez, que aclara que “la cuestión no depende de la distancia, sino del lugar de procedencia de la gente que se juega la vida al pasar, porque puede haber gente que se ha pasado toda su vida en una playa. Ahí el miedo no existe. Pero mucha gente viene de zona de montaña o campo, que nunca han visto el mar. Ahí el miedo es de auténtico pavor”.
En Algeciras Acoge son innumerables las historias trágicas que han encontrado en las últimas tres décadas después del viaje de una patera. “A principios de los noventa, la gente salía de Marruecos y les decían cuando llegaban que estaban en Barcelona. La idea era llegar a otros países europeos, no a España, y como llegaban de noche, les decían cuando llegaban que estaban en Barcelona. Por eso, incluso desde los primeros tiempos, les proporcionábamos mapas”, cuenta Encarna Márquez.
También recuerda cómo, en esos primeros años, “a la gente los sacaban de un lado de la costa marroquí, le daban veinte mil vueltas y los dejaban en otros puntos de la costa marroquí. Eran mafias que no estaban profesionalizadas”.
La generalización del fenómeno fue trayendo la tragedia a las costas de la comarca de forma más dura, cuando comenzaron a llegar los primeros subsaharianos en tropel.
Aquella época trajo nuevas imágenes, algunas imborrables: “Cuando llegaban a Tarifa los subsaharianos a partir del 2000 se ponían a cantar y a rezar cuando llegaban. Y mientras mirabas cómo se habían jugado la vida, ellos estaban celebrando que lo habían logrado”.
Encarna recuerda especialmente “una historia que la llevo en el corazón” en 2001. La representante de Algeciras Acoge apunta que “en la noche, cuando vas a coger la embarcación, se hace con muchísimas prisas. Y eso fue lo que le sucedió a una chica de Nigeria, con 22 años, que venía con su niña pequeñita, y a ella no le dio tiempo a entrar en la embarcación, pero su niña sí lo hizo. Ella intentó entrar en la embarcación varias veces después y no lo logró hasta seis meses después de haber llegado su niña”.
A su llegada a la asociación, Algeciras Acoge se puso en contacto con los servicios de Protección de Menores. “Nos pedían el nombre de la niña, pero no lo sabíamos porque no entró con su padre, sino con un adulto. No se conformaban con el día en que llegó y el sexo, y recuerdo que esta mujer estuvo en el CIE y, desde que llegó reclamaba a su niña. El abogado de oficio la apoyó y el director del centro también. Finalmente fue expulsada y ni Fiscalía ni el Servicio de Menores hizo nada. La mujer fue expulsada a Nigeria, y su niña se quedó aquí”.
“Otro caso que para nosotros fue muy fuerte ha sido con el conflicto de Libia este año, que empujó a mucha gente para acá. Hemos tenido el caso de una mujer con 60 años, nigeriana. Era la primera vez que veíamos a una mujer tan mayor, y venía de estar viviendo muchos años en Libia”. La guerra la obligó a huir. Finalmente, fue expulsada, tras una estancia en el CIE, a Nigeria.
La tragedia no sólo envuelve a la llegada de los inmigrantes en patera. También la de sus familiares, que entran en España con un visado para localizar el paradero de inmigrantes desaparecidos.
“Hay que localizar a sus familiares por medio de fotografías de la Guardia Civil. También se da el caso de familiares que ya están aquí, que los buscan, y que desde el país que sea les hacen las llamadas para que busquen a alguien que saben que ha pasado en patera”, explica Encarna Márquez.
Prostitución
Detrás de las mafias que se encargan del traslado de inmigrantes se encuentra el negocio de la prostitución de mujeres, aquellas a las que, después de atravesar una odisea trágica durante meses, son obligadas a prostituirse.
“Donde haya mujeres y, depende de en qué zona, la prostitución está a la orden del día, incluso menores que son secuestradas. Aquí tienen que hacer la competencia a chicas del Este, y hay menores que son secuestradas para contrarrestar esa oferta”, explica Encarna.
“No sé qué es más horrible, si el trayecto o lo que se puedan encontrar aquí. Pero es complicado, y si tratas de tratar a muchas mujeres en el CIE, es muy difícil que te lo cuenten, porque tienen una familia detrás que pueden estar amenazada. En el trayecto, las venden , las alquilan, y hacen con ellas de todo”.
Otro fenómeno que va ligado al de la explotación sexual es el de la extorsión a la que las mafias someten a mujeres subsaharianas a través del rito del vudú. “Desde que empezaron a venir mujeres nigerianas empezamos a oír el tema del vudú, que ellas llaman yuyu, y notas el terror absoluto cuando hablan de ello”.
Las mafias las amenazan con el rito, en base a la superstición tradicional de estos pueblos, por lo que las exigen el pago de elevadas cantidades económicas que, en ocasiones, ascienden hasta los 45.000 dólares. “Se han dado secuestros a la llegada, gente que llamaba y sabía que iban a la prostitución y no querían, y que se han tenido que esconder”.
“Nos preocupa en estos casos muchísimos lo que hay en el CIE. El trayecto de África implica, por norma general, la trata. Ganarse la confianza de la gente que llegan después del trayecto vivido, en un lugar en el que desconocen las leyes, la organización administrativa y si la Policía es corrupto... Es muy difícil que te cuenten lo que hay detrás”.
Dos niños ahogados en 48 horas
La sombra de la muerte revolotea constantemente en torno al fenómeno de las pateras. En menos de 48 horas, la tragedia ha enseñado su rostro más duro en las costas de Melilla, donde dos niños han fallecido ahogados.
El primer caso se produjo el pasado lunes, cuando un bebé de unos ocho meses murió ahogado tras naufragar frente a aguas de Melilla la patera en la que viajaba junto a otros 13 inmigrantes de origen subsahariano, entre ellos su madre.
El naufragio de la embarcación, tipo neumática, se produjo a la altura del faro situado junto a las escolleras de la zona conocida como Trápana. La Guardia Civil localizó la embarcación “semihundida” con todos sus ocupantes en el agua.
En concreto, viajaban diez varones, uno de ellos menor, tres mujeres y el bebé. De las mujeres asistidas en el Hospital Comarcal, sólo una preguntó por el bebé fallecido.
El segundo caso se produjo el pasado martes, cuando La Guardia Civil rescató el cadáver de una niña de entre 4 y 5 años, de origen subsahariano, que se encontraba en las proximidades de la playa de los Galápagos, en Melilla.
Se descarta que la pequeña viajara en la patera que zozobró cerca de las costas melillenses en la madrugada del lunes. El delegado del Gobierno, Abdelmalik El Barkani, insiste en subrayar la tragedia inherente a la inmigración irregular, al tiempo que reitera sus denuncias contra las mafias que trafican con seres humanos y contribuyen a promover flujos ilegales de inmigración “en condiciones extremadamente peligrosas” para los propios inmigrantes.
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