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Mel Brooks, de 97 años, se abre en canal y revela las fuentes de su ADN cómico

Su carrera hizo cima en una de sus primeras películas, la descacharrante "El jovencito Frankenstein"

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Este mes de junio, el cómico, guionista director, productor y músico Mel Brooks cumple 97 años, historia viva del "showbussiness" norteamericano, autor de clásicos como "El jovencito Frankenstein", de quien se publica ahora en España "Todo sobre mí!", una autobiografía hilarante que desvela su ADN creativo.

Neoyorquino de Brooklyn, nacido en el seno de una familia judía laxa que celebraba la Navidad, y que desde niño tuvo claro que lo suyo era hacer reír a los demás, Brooks forma parte de los EGOT, grupo de creadores que cuentan en sus vitrinas -o donde mejor dispongan guardarlos- con un Emmy, un Grammy, un Óscar y un Tony, máximos galardones con los que la industria "made in USA" premia a los suyos.

Melvin James Kaminsky (1926), que adaptó el apellido de su madre (Brookman) -una viuda joven con tres hijos- cuando intuyó que podía hacerse famoso, es una pieza clave de la comedia norteamericana del siglo XX en todos sus soportes: cine, teatro, musicales, radio, televisión... un maratón de siete décadas de carrera que ha atrapado a fans de varias generaciones y cuya última entrega es la serie "La loca historia del mundo" (Hulu) estrenada hace apenas unos meses.

En este 2023, cuando la vara cultural de medir son las series de moda, a los lectores de la trepidante "¡Todo sobre mí!" (Libros del Kultrum), el ambiente y las anécdotas que Brooks relata sobre sus inicios en el mundo de los clubs nocturnos y de los programas de la primera televisión entre los años 40 y 60, les traerá a la mente "La maravillosa Mrs Maisel", las premiadas desventuras de una joven judía por convertirse, como sea, en una cómica de éxito.

El futuro director, como todos en su generación, nació enganchado al cine, le encantaban los musicales de Astaire y Rogers, pero especialmente las comedias: Chaplin, Keaton, Sturges o Lubistch (en los 80 versionó "Ser o no ser") y, por encima de todas, las de los hermanos Marx y su "meshuggah" (o locura en yiddish).

"Me doctoré en el manejo del ritmo, entendiendo por ello la capacidad para saber dónde y cómo encajar el mensaje verbal", apunta el cómico sobre la influencia adolescente que tuvo en él Groucho y compañía.

Brooks -que luchó en Europa durante la II Guerra Mundial- se formó como otros artistas ante el difícil público de los resorts para judíos de los Catskills -llegó allí para ser camarero- donde pulió un humor que él mismo califica de neoyorquino más que de judío, que le abrió las puertas como guionista de programas de televisión de audiencias masivas de hasta 70 millones de espectadores ("Your show of shows" de su mentor Sid Caesar o el show de Jonhny Carson).

"La risa es un grito de protesta contra la muerte", resume Brooks sobre su modus vivendi, que él ha basado en una extraña fórmula que pivota entre el humor negro, la sátira y sobre todo la parodia.

En los sesenta, con una camarilla de amigos que incluían a escritores como Carl Reiner o Mario Puzo -autor de "El Padrino" y un gran comedor que no dejaba ni un grano de arroz en los restaurantes chinos que frecuentaban, recuerda- Brooks conoció en un ensayo en Broadway a la actriz Anne Bancroft (la señora Robinson de "El graduado").

Se casaron en 1964 y formaron una de las parejas más estables de Hollywood y con ella trabajó en varias películas antes de la muerte de la artista, en 2005.

A mediados de los sesenta, logró el primero de sus éxitos rotundos, el "Superagente 86" (NBC), la serie sobre un inepto agente secreto, mezcla del inspector Clouseau y el inspector Gadget (de hecho Brooks fue un precursor del móvil al inventar para este personaje el zapatófono).

Su paso al cine parecía lógico y el debut llegó con "Los productores" (1967) de la que no sólo escribió el guión (que le valió el Óscar) sino que dirigió esta comedia sobre un pareja de pillos que pretenden hacerse ricos con un musical sobre Hitler ("Primavera para Hitler") ideado para fracasar y cobrar así el seguro.

Un filme -en el que se cruzó con Gene Wilder, su actor fetiche y "alguien que podía ser triste y divertido al mismo tiempo"- con un guión que más tarde se convertiría también en un exitoso montaje teatral (premios Grammy y Tony incluidos), que todavía gira por el mundo, como la versión que Àngel Llatzer y Manu Guix estrenarán este otoño en Barcelona.

En el cine compaginó la producción de títulos que se podrían llamar "serios" ("El hombre elefante", "Frances" o "Mi año favorito"...) con la dirección y escritura de comedias "Sillas de montar calientes", "Silent Movie" "Máxima ansiedad" o "La loca historia de las galaxias", por citar algunas).

Una carrera que hizo cima en una de sus primeras entregas, la descacharrante "El jovencito Frankenstein" (1974) parodia del cine de terror de la Universal -rodada en blanco y negro para horror de los productores- y que además de la mirada de ojos saltones de Marty Feldman legó algunos de los mejores gags a la historia del cine, que obligó al equipo a meterse pañuelos en la boca para no reírse mientras rodaban, recuerda satisfecho el director.

Aunque sin parar de trabajar, sobre todo en teatro y televisión ("Loco por ti", ganadora de varios Emmy), las últimas décadas han sido un periodo de reconocimientos para el comediante, como el recibido en 2009 en el Kennedy Center por su "contribución extraordinaria a la cultura estadounidense", el premio AFI, en 2013 o la Medalla Nacional de las Artes de manos de Barack Obama, en 2016.

Si algo queda claro tras la lectura de "¡Todo sobre mí. Mis memorables gestas en el mundo del espectáculo", es que para Brooks, capaz de camuflarse tras la voz de personajes de películas tipo "Toy Story" o "Robots", la risa no es algo baladí, que hay encontrar la vía para lograrla, aunque sea a consta de reírse de uno mismo.

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