Cádiz

Un paseo por el Cádiz que ya no existe

Establecimientos desaparecidos, aperturas, fábricas locales y tiendas pequeñas que han dado paso a sucursales de bancos, inmobiliarias o franquicias

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Confitería La Camelia, en la calle Ancha esquina con Sagasta.

El local actualmente se encuentra vacío.

Almacenes Merchán, en la plaza del Palillero.

Hoy día es un Bershka.

Bazar Candelaria.

Tras ser almacenes y bazar, el local ahora vuelve a ser un café como a comienzos del XX.

Pastelería Viena, en la esquina de San Miguel y Ancha.

A día de hoy es una cadena de hamburguesas gourmet.

  • La globalización sigue avanzando por el casco histórico y solo unos cuantos comercios resisten

Lola y Diego nacieron a mediados de los años cuarenta del pasado siglo, en el Cádiz de posguerra. Ella creció en pleno corazón del barrio del Pópulo, en una casa conocida como ‘la del plátano’, por el platanero que florecía en su patio. Actualmente, tras una rehabilitación de la Junta, el edificio perdió todo su encanto aunque conservó el árbol. Él se crió en el barrio de San Juan, cerca también de las raíces en la calle Arbolí. Recuerda el chicuco de la esquina o el despacho de pan de la calle Compañía, que pertenecía a la harinera Castro que estuvo en Abreu.  

Aquí, en Jesús Nazareno, estaba la panificadora y fábrica de chocolate Eureka. Mi madre me traía cuando era chica a comprar el pan y me acuerdo de que vendían el chocolate por onzas”

Sus ojos han visto cambiar la ciudad a lo largo de las últimas décadas. Comercios que desaparecían, abrían otros nuevos, volvían a cerrar. Fábricas locales y tiendas pequeñas que han dado paso a sucursales de bancos, inmobiliarias o franquicias. Pero sus recuerdos salen a pasear  a veces por ese Cádiz que ya no existe, ese que sigue viviendo en la memoria de varias generaciones. “Aquí, en Jesús Nazareno, estaba la panificadora y fábrica de chocolate Eureka. Mi madre me traía cuando era chica a comprar el pan y me acuerdo de que vendían el chocolate por onzas”, rememora Lola. “Allí arriba también había un despacho de aceitunas”, apunta Diego. Pareciera como si el sentido del gusto fuera el más difícil de borrar.

Si seguimos paseando, llegando a la calle Ancha, no pueden evitar acordarse de los dulces de la pastelería La Camelia en la esquina con Sagasta. Actualmente este mismo local se encuentra en venta después de haber sido una tienda de muebles, decoración y ropa en los últimos años. “Había otra Camelia en la avenida, frente a CCOO, un poquito más adelante del concesionario donde compré el 1.500”, relata Diego, evidenciando otro comercio esfumado. “Y en la calle Ancha también estaba Viena, que tenía un salón de té abajo y luego una especie de palcos que daban a la calle San Miguel, donde se sentaban a fumarse los puros. Por la puerta de Ancha estaba la confitería y arriba también tenían salones. Era muy bonito, todo de madera”. Aquí, en este mismo edificio, abriría en los 80 el Palacio de la Moda, más tarde una las franquicias de Amancio Ortega y, actualmente, una hamburguesería gourmet que pertenece a una cadena madrileña.

Muy cerca de aquí, donde a día de hoy encontramos el Teatro del Títere, estuvo el Teatro Cómico y más tarde el Cine San Miguel. “Cuando había sesión, yo me iba allí y en la casapuerta de enfrente ponía un montón de tebeos; y los chiquillos y chavales que estaban esperando a la hora para poder entrar, para matar el rato, me los alquilaban, los leían y luego lo devolvían. Así me ganaba yo unas perras”, confiesa Diego. Se esfumó el Cómico, el Andalucía, el Caleta, el Gades, el Municipal, el Avenida, el Imperial, el Terraza y el Maravilla, dejando a la ciudad casi huérfana de salas del séptimo arte.

Bajando hasta la plaza del Palillero, Lola recuerda los almacenes Merchán y Hermu (actualmente Bershka y Zara) “que vendían ropa y telas muy buenas”; Torso, “tenía peinetas, bolsos, bastones y cosas de suvenir”, ocupado ahora por una cadena de cosméticos; o las mercerías Dolores Pacheco y Los Madrileños en la calle Columela. También el Bazar de Candelaria, “que era enorme y tenía de todo”, ahora convertido en el lujoso Café Royalty. Aunque en este caso, la cafetería romántica ha vuelto a su lugar de origen, ya que existió en esa ubicación desde 1912, antes de ser almacenes y bazar.

“Yo me acuerdo de la Freiduría La Palma, que estaba en La Palma del Hondillo (calle Marqués de Cádiz). Allí comprábamos un cartuchito de pescaito y nos íbamos después a comérnoslo al despacho de vinos de La Carbonera”. Aquí parece detenerse el tiempo, ya que La Carbonera sigue existiendo a día de hoy desde que se abriera en el 1910. De hecho, aún conserva su mostrador y hasta no hace mucho también mantenía las botas y barriles de vino en su interior. Ahora es una taberna en la que se sigue consumiendo cartuchitos de camarones, burgaillos o mojama. De igual manera resisten la Taberna La Manzanilla, en la calle Feduchy desde 1932, La Cepa Gallega, que abrió como ultramarinos en 1920, o el Bar Brim, desde 1956 en Compañía.

Sin embargo, los que se mantienen vivos más allá de la memoria de los gaditanos son pocos frente al gran número de establecimientos desaparecidos, la mayoría por la propia evolución que sigue la ciudad y la sociedad con ella. Lola y Diego, como otros muchos,  siguen extrañando aquellas droguerías, mercerías, ultramarinos, las confiterías y los cines que se perdieron de la misma forma en la que se fueron sus años de juventud.

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