Una feminista en la cocina

Parada cardiorrespiratoria

No me extraña que la gente se harte y coja el sendero final de baldosas amarillas, porque hay que ser muy fuerte para comprender que estás en una plaza donde

Publicado: 09/09/2019 ·
12:58
· Actualizado: 09/09/2019 · 16:12
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Autor

Ana Isabel Espinosa

Ana Isabel Espinosa es escritora y columnista. Premio Unicaja de Periodismo. Premio Barcarola de Relato, de Novela Baltasar Porcel.

Una feminista en la cocina

La autora se define a sí misma en su espacio:

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No me extraña que la gente vea “Sálvame” con la que está cayendo. Ojeas prensa y solo lees violaciones, robos y desgracias a granel. No está hecho nuestro cuerpo para eso. Y suerte tenemos que el intelecto no nos dé para saber los entresijos que se esconden detrás de la alta Política que nos gobierna. Y no, no hablo de nombres propios de políticos sino de los que mandan y ejecutan a los que salen en las fotos, tan desgraciados o más que nosotros porque sí saben que son meras marionetas de “quita y pon”. No me extraña que la gente se harte y coja el sendero final de baldosas amarillas, porque hay que ser muy fuerte para comprender que estás en una plaza donde te van a saetear hasta matarte y seguir con pie firme, defendiéndote. No es lo mío, ya se lo digo. No sé si será lo de ustedes.                                                   

La soledad de las personas mayores es ya algo habitual

Supongo que todos nos aunamos intentando sostenernos en creencias, convicciones y mucho miedo a la muerte de la que nadie ha vuelto. Si no existiera ese miedo, ese dolor, esa pena, lo mismo seríamos criaturas celestiales, nos saldrían alas y echaríamos a volar, polinizando el mundo con nuestra risa. Pero como no es así, sino que somos terrenales, banales y miserablemente bajunos, polinizamos la tierra con nuestro estiércol, que si lo piensan bien no está nada mal. El problema es nuestra expansión como especie, el poco respeto que le tenemos a todo lo demás y los tontos que se creen algo y que son como moscas mojoneras revenidas en mayor tamaño y cantidad. Ese es el problema fundamental… los imbéciles que campan tan tranquilos como ustedes y yo por los pasos de peatones, tirándose encima de los coches porque tiene derecho a todo menos a callar. Qué hermosos son los silencios sentidos, las bocas cerradas a la estulticia y el pespuntear de la lluvia en las aceras. Pero ninguno es real, no de momento, con la temporada más seca de muchas décadas. No me extraña que la gente se obsesione con el más acá, con las vacaciones y los parones estivales, con los viajes para intentar correr muy lejos de una muerte que siempre- desde el nacimiento- nos ha acompañado. No somos más que células, impulsos y un código genético que dice cuándo,  dónde y cómo nos vamos a parar. Pero como los politicastros que gobiernan una comunidad, una escalera, un país o una esquina, nos creemos dioses del momento, intocables hasta para la eternidad. No me extraña el embobamiento, el ego crecido, la ausencia de pensamiento, el exhibicionismo, ni la soledad. Nada hay que le ponga esparadrapos y vendas a todo eso, ni oculte la hediondez que escupe nuestra realidad cotidiana. Porque no todos podemos ser pescadores sin tiempo (ni obligaciones) tendidos al mar por un nylon con caña, con los ojos puestos en el horizonte sin importar el ayer, ni el mañana. No todos podemos ser los gatos callejeros de los bloques, sin nacimiento, ni nada más que bajamar y pleamar; Olas en calma o salpicaduras gatunas en bigotes con maullido incluido, con puestas de sol infinitas y ratas esquivas y pescado condescendiente del pescador, que juega con las orejas peludas mientras enhebra el último cigarrillo. Por eso nos desquiciamos y vemos cualquier basura televisiva. Por eso queremos ser los más grandes en las redes y ponemos culos, tetas y corazón para que nos quieran, para que seamos lo que nunca fuimos, ni nunca seremos, más que pobres marionetas cárnicas del tiempo a la espera de la función final. Por eso vagamos por un bosque que siempre fue amigo en busca de la peña más alta para volar por última vez, sintiendo el viento en la cara y la emoción de la última carrera que no podremos ganar porque no estábamos diseñados genéticamente sino para aguantar derrotas,  sorber lágrimas y volver a empezar.

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