Manuel Azaña, presidente de la Segunda República Española un 18 de Julio de 1.938 –dos años más tarde del levantamiento militar que inició la guerra- pronunció un memorable discurso en el ayuntamiento de Barcelona reclamando un fin pactado de la guerra.
Frente a esta petición, no sólo desoída sino contradicha fervorosamente con los hechos por el bando franquista, se impuso una represión cruenta. Depuraciones, consejos de guerra, juicios sumarísimos, ajustes de cuentas extrajudiciales, encarcelamientos, campos de concentración y de trabajos forzados, niños robados y tribunales especiales. Pero el dictador murió y la presión internacional, la caída previa de los regímenes dictatoriales de Portugal y Grecia, el nuevo Rey de España, las movilizaciones obreras, la oposición política y la aspiración democrática de la nueva sociedad española de los años 70 hacía inviable cualquier camino que no fuera el de la instauración de un sistema democrático parlamentario. Así fue finalmente.
En 1.976 hubo una primera amnistía que empezó el camino de la reconciliación nacional –que había sido uno de los eslóganes precisamente del Partido Comunista con Santiago Carrillo y Dolores Ibárruri-, pero era claramente insuficiente. En Octubre de 1.977 –con unas Cortes democráticas – se aprueba una Ley de Amnistía que enterraba todo tipo de responsabilidades, incluidas las criminales y de delitos de sangre, que obtuvo el apoyo de todos los grupos políticos, salvo Alianza Popular. Ha hecho historia la frase de Marcelino Camacho: “¿Cómo podríamos reconciliarnos los que nos habíamos estado matando los unos a los otros, si no borrábamos ese pasado de una vez para siempre?”. Ahora Bildu, Unidos Podemos, ERC, PNV, Compromís, PDeCAT y Nueva Canarias han querido reabrir el debate para derogar una parte de la amnistía y no ha sido aceptada por PP, PSOE y Ciudadanos. Dicha propuesta no obstaculiza que se emplee a fondo –incluso ampliándola- la ley de la Memoria Histórica para hacer la necesaria justicia a los represaliados.
Conviene repasar a Azaña: “Pero…cuando la antorcha pase… a otras generaciones, que piensen en los muertos y que escuchen su lección: la de esos hombres que han caído magníficamente por una ideal grandioso y que ahora, abrigados en la tierra materna, ya no tienen odio, ya no tienen rencor, y nos envían, con los destellos de su luz, tranquila y remota como la de una estrella, el mensaje de la patria eterna que dice a todos sus hijos: paz, piedad, perdón”.
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