Pobres trabajadores pobres

Publicado: 01/05/2023
Si no das las gracias a los empresarios de la alimentación, al que te contrata y al político parásito, eres antisistema, además de resentido, inútil y vago
Los gritos aumentan la activación de la respuesta al miedo en la amígdala, una estructura con forma de almendra localizada al interior del lóbulo temporal medio del cerebro, según los neurocientíficos. El sonido del escáner de la caja registradora al pasar los productos en el supermercado, también.

Se ve más alegría en la sala de espera del dentista que en las colas de cualquier establecimiento aunque suene música pop rock bailable a todo trapo. Si alguien se muestra feliz mientras aguarda su turno, es muy probable que sea funcionario. Por lo general, esperas que el cajero te informe del total de la cuenta con la misma angustia con la que se espera que el médico te dé el diagnóstico tras los siempre interminables segundos en los que ojea los resultados de los análisis.

Cruzas el aparcamiento con cada vez menos bolsas con la cara de quien regresa a casa del tanatorio. El almuerzo sabe a cenizas. Siempre es demasiado y no está la cosa para banquetes: te corroen la culpa y temor por despilfarrar, por no llegar con pasta al día 20. La cena queda sustituida por un yogur, una infusión, qué se yo, algo que te distraiga el hambre.

Antes de meterte en la cama, mientras te cepillas los dientes, te sientes Carpanta, esbozas media sonrisa, pero no te hace ni puta gracia. Dormirás regular seis horas. Trabajarás como un mulo al día siguiente a jornada completa con el total convencimiento de que hagas lo que hagas, y cómo lo hagas, no podrás salir a cenar con tu pareja, no podrás llevar a tus hijos al cine, ni arreglar la cisterna o cambiarle las ruedas al coche, no podrás pagar las entradas del teatro, ni tan siquiera tendrás tiempo para terminarte una novela, ni comprarte unos zapatos. La nevera tirita. Y tienes cita con Hacienda. No eres clase media ni por asomo, pero pagarás, ya te digo, pagarás, aunque Juanma Moreno habla de la enésima revolución fiscal y Pedro Sánchez, de escudo social.

“La tasa de pobreza de los hogares españoles con menor intensidad del empleo ocupa un moderado puesto 17 en el ranking de la UE”, escribe un colega en El Economista a finales de un mes de abril que nos ha frito la cartera, el ánimo y el cuerpo. Lo mollar está más adelante: “Pero según aumenta la intensidad del empleo, el riesgo de pobreza empieza a superar al de nuestros vecinos (...). Si nos fijamos en los hogares en los que sus componentes más se acercan a la actividad laboral plena, (España) llega al tercer puesto de la UE, solo superado por Rumanía y Luxemburgo”. Y concluye con que “del grupo de países que compone Alemania, Francia, Italia y España, es el nuestro en el que más se ha elevado la tasa de pobreza con todos o casi todos sus miembros trabajando a jornada completa, saltando de un 6% en 2015 a un 7,8% en 2021”.

Por menos, rodaron cabezas en la Francia del siglo XVIII. Aquí, hay que dar las gracias a los empresarios de las grandes cadenas de alimentación y al que te contrata; hay que darle el voto y cuatro años más a los políticos; y hay que darle la razón a quien vive bien (papás con patrimonio, casa en la playa, máster, afición a los restaurantes Michelin) cuando te mira con desprecio asegurando que algo habrás hecho mal para ser un pobre trabajador pobre. No vaya a ser que te tachen de antisistema y resentido, además de inútil y fracasado, vago y parásito. 

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