El año 1922 está considerado a todos los niveles como el inicio de la gran revolución cultural ya que tras las revueltas de la I Guerra Mundial, se instaló en el mundo un periodo de tregua y la cultura aprovechó para desahogarse con novelas como “Ulises” de James Joyce o el cuarto volumen de “Sodoma y Gomorra” de Marcel Proust. Picasso se trasladó a Montparnasse y se expresó mediante el famoso bodegón cubista de “La botella de vino”.
Mientras tanto en Cádiz, el escultor catalán Antonio Parera nos legó el regio monumento dedicado al Marqués de Comillas, situado en la Alameda Apodaca. Un periodo de esplendor dentro de las tragedias del siglo XX que en lo religioso también estuvo marcado por la muerte del Papa Benedicto XV y su relevo en el ministerio petrino de su santidad el Papa Pío XI.
En medio de esa época de regeneración en el talento y las distintas artes, vino nacer en una humilde casa de vecinos de la localidad sevillana de Carmona, el imaginero Francisco Buiza Fernández. Probablemente el artista contemporáneo, después de Miguel Láinez, que más trabajó para Cádiz y sus hermandades en tiempos de posguerra.
Buiza fue un artista que desde su infancia se sintió atraído por el noble arte del modelado y la ejecución de imágenes de belenes en terracota.
Fue un gran admirador de la escultura barroca del siglo XVII, especialmente de la obra de Martínez Montañés y Juan de Mesa. A temprana edad se trasladó a Sevilla, donde como discípulo del escultor Sebastián Santos, adquirió una perfección anatómica y tal maestría en las policromías de sus imágenes, que a principio de los años cincuenta, debido a la gran demanda de trabajo que recibía, decidió independizarse y montar su taller propio situado en la llamada Casa de los Artistas, frente a la Iglesia de San Juan de la Palma de Sevilla.
Su obra se encuentra repartida por toda España, principalmente en Andalucía. Y aunque es cierto que trabajó para la madre y maestra, Sevilla no fue de las ciudades que más lo valoró ni que más encargos le hizo: Cristo de la Sangre de la Hermandad de San Benito, imágenes del Señor y el ángel del Resucitado, el misterio completo del paso de las Cigarreras y poco más.
Sin embargo en Cádiz podemos decir que Buiza está presente a diario durante todos los días de la Semana Santa: Imagen de Jesús de la Paz (Borriquita); adaptación de un nuevo cuerpo para el Santísimo Cristo de la Misericordia (Palma); Virgen de la Salud (Sanidad); María Santísima de las Lágrimas, San Juan y María Magdalena (Piedad); Santísimo Cristo de las Aguas, Nuestra Señora de la Luz y San Juan Evangelista (Luz y Aguas); grupo escultórico de la hermandad de Sentencia, María Santísima de la Trinidad y San Juan (Medinaceli); Virgen del Rosario en sus misterios dolorosos (Perdón); Santísimo Cristo del Descendimiento, Nuestra Señora de los Dolores y las imágenes de los santos varones (Descendimiento), etc.
Se cumple el primer centenario del nacimiento de un artista que nos legó arte, fe, devoción y un patrimonio que -como los buenos vinos- seguirá revalorizándose con el paso del tiempo.
Coincido con el imaginero gaditano Jose María Hoyo en que este sería un buen momento para que Cádiz le rindiera homenaje al artista de Carmona, mediante una magna exposición sobre su vida y su obra. Él lo merece y Cádiz se la debe. Ojalá el Consejo me coja el guante y que todas las hermandades que veneran sus obras se apunten al carro. Y es que ya me la estoy imaginando, en la sede de la fundación Cajasol, en la Casa de Pemán: “Buiza, el escultor de la fuerza divina”. Amén.
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