CinemaScope

Spielberg y la pasión por el cine a través de West Side Story

Su ‘West side story’ no alcanza al original, lastrada por un guion en el que gana peso el diálogo, aunque estamos ante un notable trabajo

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Llevar de nuevo a la gran pantalla el musical West side story supone enfrentar al espectador con el recuerdo de una película perfecta e insuperable, la firmada por Robert Wise y Jerome Robbins en 1961. Hay otra forma de verlo: como una nueva adaptación del musical estrenado en Broadway en 1957 con libreto de Arthur Laurents, música de Leonard Bernstein y letras de Stephen Sondheim. Steven Spielberg ha tenido muy presente esta segunda opción, desde el momento en que su versión pretende ser más fiel al desarrollo dramático del original teatral -I feel pretty suena aquí después de la pelea, no antes del encuentro de María y Tony en la trastienda, como en la versión de Wise-, pero resulta evidente que el hecho de arriesgarse con un proyecto como éste responde también a una constante vital, la de su pasión por el cine y su capacidad para forjar emociones grabadas a hierro en la memoria y el corazón para siempre. En definitiva, estamos ante un Spielberg que se enfrenta al reto de rescatar la esencia del gran cine del pasado, a los ojos de una nueva generación, a partir de una historia universal -el Romeo y Julieta de Shakespeare en el Nueva York de los primeros sesenta- y una partitura prodigiosa y memorable.         

El resultado es más que notable, pero ni siquiera iguala al filme original a causa del guion firmado por Tony Kushner, empeñado en hacer hablar a los personajes más de la cuenta y en actualizar lecturas en torno al racismo, las minorías, el machismo y el abandono social. En el primer caso, obvia que las canciones y las coreografías se bastan por sí solas para contar la historia; en el segundo, cae en un absurdo proselitismo por el afán impostado de querer congratular a los nuevos censores.

Más allá de Kushner, Spielberg se luce como el gran escenificador que es, virtuoso con la cámara -apoyado en su fotógrafo habitual, Janusz Kaminski-, meticuloso con la ambientación, comprometido en el cariz racial de la historia, con un sexto sentido para saber captar las emociones de sus personajes y capaz de dotar de una nueva vida al número de América. Y aunque la pareja protagonista no hace olvidar a Natalie Wood ni a Richard Beymer, el filme nos depara el descubrimiento de la espectacular Ariana DeBose, cuya Anita sí está a la altura de la encarnada por Rita Moreno -aquí secundaria de lujo e intérprete del clásico Somewhere, además de productora ejecutiva-.

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