Todo está ferpecto

Mandemos a Rufián al paro

No es cuestión de que todo el que ostente cargo público sea Tierno Galván. Pero este nivel, tampoco lo merecemos.

Publicado: 30/11/2019 ·
21:23
· Actualizado: 02/12/2019 · 10:03
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Autor

Daniel Barea

Yo soy curioso hasta decir basta. Mantengo el tipo gracias a una estricta dieta a base de letras

Todo está ferpecto

Blog con artículos una mijita más largos que un tuit, pero entretenidos. Si no se lo parece, dígamelo con un correo

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Me cuesta trabajo tomarme en serio a Gabriel Rufián. He dedicado un buen rato a pensar sobre los motivos y he encontrado dos más o menos de peso. Por un lado, no puedo con su corte de pelo. Y sí, no estoy legitimado moral y capilarmente para dar lecciones al respecto, pero a mí no me ha dado por romper un país. Si quieres cargarte una Constitución con cuatro décadas encima, garante de la paz, la prosperidad y la concordia, y enterrar más de 500 años de historia común, próspera y fecunda, debes cuidar, digo yo, las formas. No sé qué demonios le pasa a los independentistas con las tijeras, en cualquier caso. Puigdemont. Anna Gabriel. Da la sensación de que en la lista particular de cosas que odian los separatistas están, por este orden, los españolazos en general, los peluqueros, sea cual sea su nacionalidad, Felipe VI. Y el buen gusto. Con la pinta de tronista (no me refiero a la Monarquía, sino a Mujeres, Hombres y Viceversa) de saldo que se gasta Rufián, es muy complicado pensar que tiene peligro. Como mucho, uno puede esperar que haga algún comentario inconveniente a tu novi@. Nada más (y nada menos). Por otra parte, su parecido más que razonable con Miguel Poveda me lleva irremediablemente a desear-temer que se arranque por tangos en plena rueda de prensa. Triana, puente y aparte. Todo eso. Dejo de escucharle inmediatamente. Fantaseo. Rufián es frívolo, malencarado, blandito intelectualmente. No soporto su sonrisa desafiante. De jovencito que enciende un cigarrillo mentolado en clase de latín mientras sostiene la mirada al pobre profesor quemado de letras. Gasta sonrisa de malote.

Rufián es uno de los máximos representantes del fenómeno nacional (de nación española, lamentablemente; esto también lo sufrimos todos) de degeneración de la clase política. A ver, que no es cuestión de que todo el que ostente cargo público sea Tierno Galván. Pero este nivel, tampoco lo merecemos. Pasa en cada casa. El propio presidente del Gobierno en funciones, Pedro Sánchez, es más caricatura que presidente del Gobierno en funciones. Lo del colchón, la tesis de corta y pega, las fotos a lo Tom Cruise en el avión oficial. La simplicidad de los mensajes de Vox y Podemos solo es posible por la capacidad de sus portavoces para descafeinar cualquier debate que se precie.  Digo más, para poner el foco en debates que no llevan a ningún sitio. Todo acaba reducido al final a los pectorales de Santiago Abascal y el casoplón de Pablo Iglesias. Feminazis y fascistas, chiringuitos de izquierda subvencionados y xenófobos y homófobos. Casado habla tanto que no se le entiende. Y aquí está el problema. O el hastío que produce esta caterva lleva a desconectar de lo que está sucediendo en los parlamentos y en prensa o tienes que posicionarte a favor o en contra de algo porque estas elecciones defenestraron a Albert Rivera pero a los españoles hace mucho que nos robaron el centro, la moderación y el sentido común. Todo esto es más grave de lo que parece. Mientras el circo eleva el volumen y cada día nos sorprende con un, alehop, nuevo número imposible, se toman decisiones, se traspasan líneas rojas, se sellan acuerdos que nos pierden. Esto lo hemos vivido ya. Y no salvó de caer en el precipicio, el 3 de octubre de 2017, Su Majestad el Rey. Podríamos echarle una mano por los servicios prestados y ayudarle a evitar pasar otra vez por esto. Es fácil. Empecemos por Rufián. Vamos a intentar mandarlo al paro. A él y los que son como él. O al menos, que se queden en la oposición.

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