Doñana 50 años

Menegildo, el buen salvaje

Pepe Menegildo, primer ayudante de Valverde, era sanluqueño, salvaje, sin miedo y de temer. Un buen salvaje, hijo de Doñana, carne de leyenda. Irrepetible.

Publicado: 07/06/2019 ·
11:30
· Actualizado: 07/06/2019 · 13:02
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Autor

Jorge Molina

Periodista, escritor y guionista. Y siempre con el medio ambiente como referencia

Doñana 50 años

Doñana cumple 50 años como parque y es momento de contar hechos sorprendentes

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En el friso de los personajes legendarios de Doñana que algún día se esculpirá en mármol (o mejor, en madera de sabina), sin duda alguna aparecerá Menegildo, el sanluqueño sin miedos ni normas. Una especie de buen salvaje, pero sólo a ratos.

Para ir al centro del asombro, reproduzco cómo lo definió otro que tal calzaba, el propio José Antonio Valverde, que con él tenía unas peleas colosales, en las que nunca se achantó el ayudante del biólogo, y que terminaban siempre con ambos convencidos de que el rival merecía un respeto. Decía así el ‘padre de Doñana’ en su libro de memorias:

«Menegildo, de nombre Pepe, era una especie de criado para todo al que se le permitía vivir en el Palacio. Ocupaba la más oscura de las habitaciones a cambio de una variada serie de servicios, el más importante de los cuales era coger vivo a los toros y las vacas destinados al matadero.

El ganado mostrenco del coto era tan salvaje que, cuando venía el camión del carnicero, debían ser muertas las reses a balazos por los guardas con la consiguiente depreciación de la carne.

En el raro caso de que los caballistas las llevaran a campo abierto, Menegildo les daba un par de capotazos, y agarrándolas de la cola las derribaba al suelo, donde se amarraban. Pero la mayoría, muy resabiadas, se internaban en los grandes brezales y zarzales y allí las agarraba Menegildo. Por el mismo carril que la vaca había hecho en la espesura entraba a buscarla.

Había recibido así tantas cornadas que cuando, por presumir, enseñaba el torso, aparecía lleno de costurones. Pero ello, su capacidad para beberse una botella de ginebra de un tirón sin apartar el gollete de la boca, y su coraje al catar las colmenas de los alcornoques sin protegerse con humo ni ropa –le he visto una vez un brazo erizado de aguijones-, le habían valido un aprecio y nombradía local que procuraba equilibrar con borracheras épicas.

Apenas  ganado el dinero de la recogida de vacas, mercaba en el Rocío una arroba de tinto y, sentado mano a mano con un colega, no se levantaban hasta apurarla. Una noche, ya en la Reserva, daba traspiés alrededor del Palacio pegando tiros al aire con una escopeta de dos cañones y grandes voces: “¡Y el otro, para el guarda mayor, Pepe Boixo!”, que naturalmente no compareció.

Menegildo montaba una fiera que, no sólo te tiraba al suelo si podía, sino que allí mismo te mordía y coceaba. Al salir por la mañana, ella y Menegildo luchaban de poder a poder, él armado de un palo, hasta que el animal se aquietaba«.

Menegildo fue muy útil durante la célebre Doñana Expedition de los ingleses, que le apodaban the monkey por su capacidad para subir altísimo a árboles y así montar la plataforma desde la que filmaban.

Precisamente el aludido Pepe Boixo me contaba hace años que la primera vez que él vio a Valverde fue «en la Pajarera, en la parcela de jabatos, allí anillando o lo que fuera, acompañado de 2 ó 3 y un muchacho que se llamaba Menegildo, que era el intimo amigo de Valverde, se peleaban pero estaban los dos juntos».

El guarda mayor añadía: «Valverde era tan amigo porque Menegildo, mientras que no bebiera, usted le decía perro judío y le machacaba la cabeza y se quedaba igual. Ahora, cuando se tomaba una copita de vino si le tenía que dar dos guantás se las daba. Ahora, Valverde ha tenido a Menegildo muchos días sin comer, porque cogía una lagartija y una culebra y con la navaja de comer abría los bichos, y Menegildo ese día no comía, ya pudiera ser gloria. A pesar de todo, le ayudó muchísimo en todos los estudios. Cogía un gato [lince] subiéndose a los alcornoques, un nido de los pinos, lo que tuviera que hacer, no le daba miedo de nada. Le decía ‘Pepe, haz esto’, y Pepe lo hacía».

Rosa Teruel, la bióloga y esposa de Valverde, recordaba en otra charla que mantuvios: «Entablaron una amistad que duró toda la vida. Porque cuando se jubiló y marchó a vivir a Sanlúcar íbamos a verle, varias veces, y siempre se sentía muy orgulloso, le trató siempre como un amigo».

Menegildo, que tuvo en Doñana su lugar en el mundo, y Doñana lo vio vivir y morir con una sonrisa apenas contenida.

(Más información y fotos en www.donana50.es)

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