Lápiz, papel, color. Lienzo. En un rincón de sueños y colores, en la tierna esfera donde la imaginación danza, entre Barbate, la mar y esa luz sin igual que cubre cada centímetro de nuestra tierra, nació Paula Sánchez Morales, una joven artista cuyo corazón late al ritmo de pinceles y trazos desde la tierna edad de tres años. En el lienzo de su infancia, los primeros destellos de su pasión se manifestaron como mariposas de creatividad, desplegando alas en un mundo donde cada trazo era un susurro de su alma.
Paula, con ojos curiosos que reflejaban universos por descubrir, tomó los lápices como varitas mágicas y las acuarelas como pociones encantadas. Desde temprano, sus manos danzaban sobre el papel, transformando simples hojas en paisajes de ensueño. La niñez, para ella, fue un lienzo en blanco esperando la magia de sus dedos.
Recuerda Paula un viaje con sus abuelos a Tenerife. “Ellos entraron en una tienda mientras mi hermana y yo nos quedamos esperándoles sentadas en unos escalones”. Ella, armada siempre con un cuaderno y un lápiz, se puso a pintar para hacer más amena su espera. “Cuando salieron, mis abuelos se quedaron sorprendidos al ver que estábamos rodeadas de turistas” asombrados a su vez con la maestría artística de esa niña de apenas cinco añitos en su haber.
Vocación temprana
Lápiz, papel, color. Lienzo. Paula Sánchez Morales acude a la entrevista con este medio con la compañía de su abuelo materno, Antonio Morales Moreno, camionero de profesión y artista de corazón (sus maquetas de barcos son, simplemente, alucinantes). “De él me viene seguramente mi vena artística”, señala la nieta ante la más que orgullosa mirada de su abuelo.
Paula tiene veintiún años y se enfrenta al último curso en la Universidad de Bellas Artes de Sevilla y al Trabajo de Final de Grado (TFG). Pero se enfrenta con la confianza de haber logrado recientemente que una de sus obras, ‘Home Sweet Home’ (acrílico sobre lienzo) haya sido elegida entre las finalistas de la XVI edición del prestigioso Premio de Pintura Club del Arte Paul Ricard. Todo un logro y más teniendo en cuenta su edad.
Pero vayamos por partes. Retrocedamos un poco. Sus padres, observadores atentos desde el inicio a su florecimiento artístico, vieron cómo su pequeño prodigio transformaba cada trozo de papel en un testimonio visual de su crecimiento. Cada trazo narraba cuentos de aventuras imaginarias, donde los colores eran personajes y las líneas, senderos que conducían a mundos desconocidos. Las tardes en Barbate se volvieron cómplices de esta travesía artística. Paula, con su melena hecha al viento de levante y sus infantiles manos salpicadas de colores, se perdía en su propio universo de creación. Su habitación se convertía en un santuario donde los sueños tomaban forma, y sus primeros dibujos cobraban vida con la magia que solo una mente infantil y creativa podía otorgar.
“Desde pequeña me sentí atraída por la pintura. Era mi vocación, mi pasión. Solo pedía que me regalasen lápices y cuadernos para pintar. Y es que solo quería dibujar todo el rato”, recuerda Paula, joven pero desde siempre acompañada por una mente privilegiada y madura como para darse cuenta que “mi sueño fue siempre poder unir mi profesión a mi pasión. Vivir del arte, vivir de mis pinturas es mi sueño”.
Bajo esa directriz, “me fui a Cádiz para estudiar el Bachillerato de Arte porque en Barbate solo hay de Ciencia y de Humanidades”. Dos años después, “me matriculé en Bellas Artes en Sevilla, del que estoy cursando el último año”. Un paso arriesgado pero lógico porque “siempre tuve la impresión que si no estudiaba Bellas Artes tendría una espinita clavada para toda la vida”.
Paula es consciente que “no es, ni ha sido, un camino fácil porque se supone que es una carrera que no tiene mucho futuro o muchas salidas labores, pero yo es que lo tenía muy claro desde chica. Tenía que tratar de cumplir mi sueño aunque conllevase tener que irme lejos de mi familia a estudiar en una Residencia desde que tenía quince años”.
Apoyo familiar
Por suerte, “siempre he contado con el apoyo de mis padres, de mi familia”, algo que es consciente que “no le ocurre a muchos de mis compañeros y compañeras”, cuyos padres son de los que piensan que el arte es algo así como un ocio, un hobby, algo que compatibilizar y desarrollar mientras ejercen de abogados, médicos, informáticos o arquitectos. Padres que prefieren que sus hijos antepongan una profesión ‘seria’ a la dedicación en cuerpo y alma al arte y la creación.
No es su caso, “ellos (sus padres) siempre me han buscado concursos en los que participar, cursos para aprender, clases particulares… jamás me han dicho búscate un trabajo y luego ya se verá. Me han apoyado en todo y desde siempre”.
A su favor está su maestría, su capacidad, su destreza artística casi innata. “Siempre se ha dado bien pintar y dibujar. Ganaba prácticamente todos los concursos a los que me presenta”, rememora Paula. Y lo hacía de forma tan abrumadora y desde tan temprana edad que incluso “alguna vez un jurado no quería darme el premio porque decía que era imposible que el dibujo lo hubiera hecho una niña de seis años. Menos mal que un profesor, que también era vecino, me defendió y les aseguró que no había trampas”, solo arte, mucho arte, en los dedos y el trazo de esa niña.
Comienza a despuntar
Años después, como hemos mencionado, una de sus obras quedó finalista en el certamen del Premio de Pintura Paul Ricard, que nace “con el objetivo de fomentar la cultura y el arte en nuestro país” después de que “un grupo de directivos de la compañía Pernod Ricard España fundó, en 1999, en la ciudad de Sevilla, crease el Club de Arte Paul Ricard”, ante la preocupación “por el escaso apoyo con el que contaban, y aún hoy, siguen contando los jóvenes artistas”. Así decidieron convocar un certamen de bellas artes que sirviera para incentivar a los jóvenes creadores y premiar su obra.
Y como “mi universidad acogía el premio, me dije que iba a participar”. Lo que ignoraba es que su obra sería una de las quince seleccionadas para ser expuestas. “Ha sido mi mayor logro hasta la fecha”. Y es que al certamen se presentaron 97 artistas, algunos consagrados, otros profesores de Bellas Artes, siendo ella la más joven, “la única que tenía 21 años” y cuya creación ya está expuesta.
Por el camino, muchísimos premios, como el de Pintura en la primera edición del Faro de las Musas, el de la revista de tirada nacional Dibus, la ilustración y el diseñó de la portada de dos libros, ‘Vías de Guerra’ y La rosa que creció en el ojo del huracán, el cartel de la Feria del Carmen de Barbate, etc.
Y es que a medida que el tiempo avanzaba, Paula Sánchez Morales no solo creció en estatura, sino también en destreza artística. Sus trazos adquirieron una sofisticación que solo el amor por el arte podía inspirar. Los paisajes de su niñez evolucionaron en retratos de emoción y profundidad, revelando una paleta de colores que iba más allá de lo visible.
La formación
En Bellas Artes “se estudia pintura, dibujo, escultura, historia… y a medida que avanzas en la carrera te vas especializando, hasta llegar a cuarto año en el que tienes que elegir tu técnica con la que harás el TFG”, el cual aún no tiene enfocado del todo.
Lo que sí tiene claro es que “a medida que avanzas en el arte, deber ir quedándote con un discurso, con una temática que es la que quieres transmitir. En Bellas Artes tienes que encontrar qué es lo que quieres transmitir con tu obra y cómo hacerlo, con qué técnica”. Un enfoque que ya recoge la obra finalista del Premio Paul Ricard, que es un discurso similar al que quiere enfocar en su TFG.
La obra es una parada de autobús, en cuyo panel se puede leer la frase ‘Home Sweet Home’, mientras que en el lugar de espera destaca una silla y una televisión iluminada por una luz de neón. Una obra que hace referencia al contexto de ‘No Lugar’ creado por el antropólogo Marc Augé, quien definía así “a los lugares de tránsito donde las personas son anónimas, como una parada de autobús, un supermercado, un aeropuerto, un hotel… lugares donde el ser humano transita pero sin establecer vínculos con los mismos”.
Pero Paula quiere darle la vuelta a ese concepto, de ahí que introduzca la calidez del hogar en una parada de autobús. “Me gusta defender que los no lugares en realidad sí son lugares porque en ellos puedes conocer gente, puedes establecer vínculos, en ellos realmente no eres anónimo. Son lugares en los que pasas parte de tu vida y a veces llegan a ser importantes”.
Como técnica para lanzar su mensaje artístico, Paula opta por el acrílico por su rapidez. Se seca más rápido que el óleo, con lo que tarda menos en mostrar el resultado. Es más espontáneo y fugaz”.
Su pintura “es figurativa, representa algo real pero no con un estilo realista, es decir, como si fuese una foto. Estoy muy cómoda con el camino elegido, aunque aún me queda mucho por explorar… pero sí, estoy contenta con lo que estoy transmitiendo a través de mi obra”.
Presente y futuro
Paula sabe que “el arte está hecho para hacer sentir a los humanos algo, estableciendo una conexión entre el artista y el observador de su obra. Algo que no se puede lograr por ejemplo con la Inteligencia Artificial”.
Y es que la irrupción de la IA genera preocupación entre los artistas y creadores, aunque no es su caso. “Claro que da un poco de miedo, pero no estoy en contra, al revés, la apoyo. Creo que debemos adaptarnos y aprovecharnos de ella como otra herramienta más. Ocurrió lo mismo cuando apareció la fotografía y los retratistas pictóricos se asustaron porque veían que podía hacer un retrato en mucho menos tiempo”.
La IA “es capaz de hacer casi todo lo que puede hacer un artista, pero el artista no va a desaparecer. Mis ojos, mi mirada, es mía, no se puede imitar. Como bien has dicho, la lluvia de los últimos días seguramente me influye de una manera muy subjetiva y eso se trasladará a mi obra. Mi experiencia es única e individual por eso veo la IA como una herramienta más, aunque sí que hay profesores y compañeros que están en contra de ella y piden que no se use”.
Pero el arte es subjetividad y esa subjetividad se crea a través del día a día de toda una vida. Una subjetividad que se puede observar también a la hora de los exámenes en una carrera tan particular como Bellas Artes. “Cada profesor tiene sus preferencias… a algunos les gusta los colores claros, a otros los oscuros”, de ahí que a comienzos de curso el alumnado investigue un poco esas preferencias de sus docentes realizando una búsqueda en Google para luego “adaptar sus trabajos a las preferencias de los mismos”.
“A veces, entre mis compañeros tenemos cierta tristeza cuando nos corrigen porque todos nos sentimos muy orgullosos de nuestras obras, las cuales se verán examinadas y se les otorgará una nota numérica”. Nota que nace de la subjetividad del profesorado ya que es muy complicado poner nota al arte… “por eso defiendo que no debería haber una nota numérica”.
En cuanto a sus referentes, “no tengo ninguno. Me atraen mucho las instalaciones de Dan Flavin”, que fue un artista conceptual de la segunda mitad del siglo XX que se desarrolló bajo la corriente minimalista. Fue un pionero en la utilización de luces fluorescentes como instrumentos artísticos. Y ese uso de la luz fluorescente se puede encontrar también en la obra de Paula.
Una vez que concluya la carrera, Paula debe afrontar el futuro en el complicado mundo del arte. Confiesa que “estoy un poco perdida y sé que es complicado vivir del arte, más aún cuando no eres conocida”. Aún así, su idea en seguir pintando al tiempo que mira de reojo la posibilidad de compaginarlo con la docencia. “Uno de mis profesores me ha ofrecido formar parte de su equipo de Investigación dentro de la Universidad, lo que me facilitaría luego dar clases”.
Pero su sueño “es vivir de la pintura”. Complicado, sí, pero como todo en la vida. “Soy optimista y en esto siempre hay que tener cierta positividad para no venirte abajo”.
Barbate, la luz de Barbate
Lo que está claro, clarísimo, es que viendo su pasión pero sobre todo su obra, no tenemos la más mínima duda de que Paula logrará cumplir su sueño, e incluso sabemos que con el tiempo su obra será visible en salas de exposiciones y galerías de Nueva York, su gran sueño. De hecho, viendo sus creaciones y el concepto que transmiten, le vienen como anillo al dedo estar visibles en esa gran ciudad repleta de luces de neón y de no lugares.
Para despedirnos hablamos de la luz tan particular que inunda cada rincón de Barbate y cómo influye en que nazcan tantísimos artistas en estas tierras. Una luz, un paisaje, un entorno, una vida, que “siempre ha estado presente en mi obra, que me ha inspirado. Antes de usar los no lugares, siempre me inspiraba en Barbate, en sus playas, en el mar, en sus acantilados, en sus faros… Siempre llevo a Barbate por bandera”.
Lápiz, papel y color. Lienzo. Paula se levanta de la entrevista y observo que, junto a su abuelo, también le acompaña la esencia de aquella niña de tres años que descubrió la magia en cada línea y color. Su obra, un testimonio de su viaje artístico, sigue siendo una invitación a explorar los reinos de la imaginación y abrazar la belleza que se encuentra en los trazos de una joven con el corazón lleno de arte. De la perfecta y clara luz de Barbate, a sus espacios iluminados por la calidez artificial del neón, Paula Sánchez dibuja su camino al andar.