Parece que estamos lejos de aquel: ¡qué inventen ellos!, pero ni tanto. Conseguimos parar la desbandada de cerebros con un contrato por tres años que hizo regresar a algunos que tenían añoranza de volver a casa. Debían tener mucha, porque el contrato no garantizaba nada, era de tres años y ya. Y ya se ha terminado y ahora a dejar los proyectos y a coger las maletas de nuevo.
Da igual que salgan en los medios de comunicación denunciando esta barbaridad, se ha acabado el contrato y deben buscar un nuevo empleo fuera de nuestras fronteras.
Los países más avanzados saben que invertir en ciencia es garantía de tener un tejido productivo de valor añadido, de modo que acogen a los bien preparados científicos españoles con los brazos abiertos. Invertimos en darles una formación de calidad para que se los encuentren listos los alemanes, los daneses o los norteamericanos. Esta paradoja de gastar dinero para luego dejarlos ir es nuestra, los demás deben reírse de tamaña estupidez.
La inversión en ciencia sigue estando lejos de lo que correspondería a un país como España. Es la base para tener un desarrollo socioeconómico diversificado y promover sectores laborales cualificados. Debe ser, además, una inversión con continuidad de forma que contribuya a la consecución de objetivos a medio y largo plazo. Oh sí, aquí no cabe el “pelotazo” o los objetivos miopes enfocados a las siguientes elecciones. No invierte suficientemente el Estado, pero aún menos “nuestros hombres de negocios”. Si no nos ponemos en marcha seguiremos teniendo que vivir del turismo, ese gran invento que descubrimos en los sesenta del siglo pasado y que seguimos explotando como el único motor nacional.
Otra vez, después de la burbuja inmobiliaria tenemos nuestras costas llenas de grúas, el ladrillo ha vuelto con tanta fuerza que lo que se buscan en España son albañiles, no científicos. Ante la escasez, suben las remuneraciones, interesa más trabajar construyendo que en un laboratorio. Y, por si alguien tiene alguna duda, la resurrección de la construcción no es para contribuir a tener viviendas asequibles para los jóvenes. Por el contrario, es para continuar con la rueda de la especulación. Qué viva la ley del mercado.
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