Con el aval de un accésit del “Adonáis” y el Premio de la Crítica Andaluza, “Todo cuanto es verdad” (Rialp. Madrid, 2021) de Diego Medina Poveda, se articula como un poemario de sostenido humanismo, de terrenal condición, desde el cual se establece un latente diálogo entre la realidad y un yo colectivo. Porque la voz del autor malagueño (1985) no es sólo íntimo desahogo, sino discurso común en el que caben otras voces cercanas, cómplices: “Todos somos iguales:/ viajeros de espirales cotidianas”, anota en el poema que sirve de pórtico.
Desde la irreductibilidad de una existencia cívica y ordenada, Medina Poveda plantea la incompatible radicalidad de un progreso que no conjuga con las analogías de lo cotidiano. “En todas la mudanzas se nace y resucita”, escribe, y desde la necesaria condición que debe empujarnos a revisar nuestras conductas, el sujeto lírico trata de determinar un comportamiento que sea juicioso, solidario y replantee, en cierta medida, valores que representen de forma honesta actuaciones y sentimientos: “Lo sé, es raro en estos tiempos,/ me da alergia el periplo del turista/ que baja del lowcost malhumorado/ y cree que en tierra extraña/ se va a encontrar consigo mismo/ en unselfie de amor a su persona”.
Dividido en dos apartados, “Mudanza” y “Geografía del abandono”, el volumen avanza en pos de una opción de vida venturosa y perdurable, en donde la rutina no sea una fascinación ficticia, sino la simple hazaña de ser conscientes de nuestro tránsito, de ser capaces de alumbrar lo más intenso y lo mas tenue de nuestro acontecer. Aprehender, en suma, la totalidad de uno mismo, haciendo copartícipes al tiempo y al espacio de los otros, sin malvender el espíritu de lo vívido: “De adquirir vengo un trozo de conciencia./ Ahora más que nunca soy creyente,/ gracias al mundo estoy desengañado (…) De comprar vengo un trozo de conciencia:/ ya ni tan siquiera nuestra muerte/ nos salva del comercio”.
Es esta la sexta entrega de Diego Medina Poveda, que diera a la luz su primer poemario en 2009, “Urbana Babel”. En este tiempo, su verbo ha ido madurando hasta alcanzar en este conjunto una iluminada semántica que se aúna con un sabio dominio rítmico. Y al son de sus versos, piensa y evoca la dignidad de la pasión, lo sagrado de la libertad, la armonía de lo pretérito, la incierta soledad del mañana…, en una suerte de ciclo vital que quiere ser palabra unívoca: “La poesía es bálsamo, seguro”.
Desde una certidumbre redentora, el poeta resurge y reinventa sus anhelos y acerca la brújula de su destino hasta el bordón de lo efímero, no sin antes, olvidar su verdad primigenia: “Huir de uno mismo como quien se traga/ los charcos del recuerdo y aún no sabe/ que en su voz infinita están las voces/ de todos los secretos”.
En suma, un bello libro que amplifica la liturgia de lo trascendente y reafirma la celebración y la duda humanas, la plenitud y el desencanto de quienes miran más allá de su univoca conciencia: “Contempla desde el fondo de la estancia,/ llena de muerte y nacimiento,/ el absurdo paisaje de la vida,/ y nunca olvides/ dejar siempre una puerta abierta”
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