Hoy todos recordamos con poco orgullo la ceguera política de aquellos años y vemos con horror hasta dónde nos ha conducido; quien quisiera explicarlo, tendría que acusar, ¡y quién de nosotros tendría derecho a hacerlo!”. Es una frase de lamento retroactivo por lo que se pudo y se debió hacer y no se hizo. Lo escribe Stefan Zweig, que narra en El mundo de ayer más que su vida (1881-1942) la desilusión y el abatimiento que le producía la deriva de la Europa en la primera mitad del siglo XX. La Gran Guerra y el ascenso del nacionalsocialismo de Hitler y la Segunda Guerra Mundial, con su incivil prolegómeno, la guerra de España.
No se estuvo a la altura. Hubo ceguera. Pero no estar a la altura y estar ciego, un siglo más tarde, de las extraordinarias circunstancias que nos ha tocado vivir nos puede llevar a las mismas lamentaciones tardías de las que se quejaba, en su postrer viaje en Brasil, antes de acabar con su vida por el terrible desasosiego, el espléndido escritor.
Salvador Giner dejó escrito que “Los principios cuentan siempre que haya alguien que los mantenga contra los intereses políticos, económicos o culturales encarnados en grupos, clases, facciones o corporaciones”. Hoy los principios -en España y en Europa- nos claman, con voz nítida, que es la vida humana la que corre peligro, que la salvación de vidas es la tarea primordial. A ese principio fundamental es al que hay que ponerle altavoz en toda Europa y en España. En Europa para que ese espíritu no sea secuestrado por el egoísmo de los países acreedores y en España para que la mezquindad de cada día desaparezca de la vida pública y en todas partes se anteponga la razón general a los intereses bastardos.
En las horas críticas, en los momentos extremos de un país o de un grupo de países es cuando deben aflorar los talantes generosos y las actitudes abiertas. Europa ha conocido el imperialismo, el racismo, el fanatismo y la intolerancia, lo mismo que España ha padecido años de dictadura, militarismo, clericalismo y cerrazón a las ideas foráneas. Para vacunarse de todo eso se produjo tanto el proceso de unificación europea como la democratización española. Nuestros dirigentes no pueden arruinar esos proyectos por el cortoplacismo de “grupos, clases, facciones o corporaciones”.
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