Arcos

Hablemos sin falacias

"Los relatos de acontecimientos, la multitud de sesgadas opiniones, y aquellas otras más certeras que se han venido vertiendo en medios de comunicación..."

Publicidad Ai
Publicidad Ai
Publicidad Ai
Publicidad Ai
Publicidad AiPublicidad Ai
  • Ilustración de Jorkareli. -

¿Cuántos tumbos hemos de soportar entre estrategias de poder y mentiras, frases incendiarias y actitudes de quienes dicen preservar el bien común y la convivencia pacífica?

Los relatos de acontecimientos, la multitud de sesgadas opiniones, y aquellas otras más certeras que se han venido vertiendo en medios de comunicación, implementadas por las inequívocas imágenes que han llenado nuestras retinas estos días, no es más que una primera y directa consecuencia del enfrentamiento de dos poderes que no representan al conjunto de la sociedad española.

Por un lado el Govern de la Generalitat. Por otro el Gobierno español.
No es necesario repetir hasta el hastío el mapa ideológico y político que sirve a cada una de las partes, inducidas por presuntos preceptos legales y preceptos legales ciertos, para llegar a la situación en la que nos encontramos. Sí hay una cosa en común de la que ambas partes participan: la falacia.

“El término falacia viene del latín fallacia, misma palabra que proviene anteriormente de fallax que significa mentiroso o falso, esta última del verbo fallere, que alude a engañar y que nos entrega finalmente la palabra falacia.

La expresión también es utilizada en el ámbito de la lógica, ya que algunas falacias se cometen intencionalmente para manipular a los demás, mientras que en otros casos se cometen debido a descuidos o ignorancia. En ciertas oportunidades las falacias pueden ser muy sutiles y persuasivas, por lo que es importante estar atento para poder identificarlas.
Cuando hablamos que un argumento es falaz no es porque sus proposiciones o su conclusión sean falsas ni correctas. Un argumento sí puede tener sus premisas y su conclusión verdadera y aun así ser falaz. Lo que hace que sea mentira es la invalidez del argumento en sí.

El estudio del término falacia se remonta al tiempo de Aristóteles con sus refutaciones sofísticas.
La falacia no sólo se encuentra en la lógica, sino que también en la política, el derecho, la ciencia, la religión, el periodismo, entre otras áreas que presentan a la argumentación y persuasión como elemento relevante”.

Hablar de Ley, justicia social, libertad y derechos significa respetar las leyes establecidas.
Hablar de bienestar y justicia social, equidad, armonía en el conjunto de la sociedad gobernada, implica capacidad de gobierno, capacidad política para llegar a acuerdos, anteponer los intereses generales a los particulares....y esto y aquello, no lo cumple ninguna de las dos partes.
Cuando esto sucede y antes de soliviantar bajo lemas que tienen su sustancia e importancia real por fundamentales, debemos analizar si las intencionalidades y puesta en práctica son como dicen ser, y nunca un buena política, ni por razones ideológicas, económicas o de cualquier otra índole no violenta hacen justificable aquellas imágenes y una situación como la que vivimos hoy en España.
Hay políticos que deberían estar jugando al billar, o dedicándose a sus más o menos deseadas profesiones o entretenimientos, lejos de un puesto de responsabilidad social y más lejos aún de la presidencia de ningún gobierno.

Sí, la Ley prevé recursos ante las diferentes situaciones que pueden producirse en una sociedad, pero su aplicación y más aún, si su interpretación adquiere en ocasiones una dimensión impropia  activada por personas y grupos de gobierno no altamente cualificados, lejos de fronteras, sectarismos y autarquías en una sociedad como la nuestra, el resultado está a la vista.
En esta responsabilidad compartida de impropias proporciones en sus efectos, la responsabilidad recae directamente sobre sujetos y órganos que se declaran, con su actuación, inhabilitados para el buen gobierno de un pueblo, el cual por cierto y en su generalidad, no debería sentirse representado por ninguno de ellos.

Muchas dimisiones de políticos anteceden en países que solemos citar como ejemplo y que por motivos infinitamente más nimios han surtido efecto. Aquí, en nuestro país, la corrupción tanto económica como postular no produce ningún efecto, y en eso, los ciudadanos tenemos voz y voto.
Es hora de dejar la testosterona y el sentimiento patriótico mal enfocado, para dar lugar la racionalidad, para concluir que solo la PAZ y convivencia en la diversidad puede dirigir estos últimos nefastos pasos (y los anteriores) de quienes ya no están autorizados a hablar por el conjunto: la totalidad de ciudadanos que representan.

Si no existiera falacia en el asunto que nos ocupa, la mesa y la conversación primarían ante los golpes, y las manifestaciones extremas de segregación bipolar.
Hablen. Hablemos.

Envía tu noticia a: participa@andaluciainformacion.es

TE RECOMENDAMOS

ÚNETE A NUESTRO BOLETÍN