Con “La lucha por el vuelo” (Rialp. Madrid, 2017), Sergio Navarro Ramírez obtuvo el premio “Adonáis” en su última convocatoria.
Marbellí del 92 y, actualmente becario en la Fundación Antonio Gala para Jóvenes Creadores, tiene en su haber varios galardones -“Diego Jesús Jiménez”, “Miguel Fernández”…- y un poemario ya editado, “Telarañas” (2015).
En esta ocasión, el escritor malagueño ha articulado un libro unitario, de verbo firme, donde la Naturaleza que cifra las fronteras de su vivir se hace protagonista cómplice y solidaria.
El decir de Navarro Rodríguez no está al servicio de un estilo prefigurado, sino que cada poema vertebra su voluntad de residencia en la tierra que lo cobija, lo conquista, lo resucita… y que va calando en su interior con fidelidad: “La lluvia irrumpe, repentinamente,/ para limpiar la tierra y sus criaturas./ Nada debe impedir esta conquista/ del agua sobre el mundo, escapar/ al ansia del diluvio sobre el pueblo./ Que cale hondo en las casas y los árboles,/ el aire y los caminos”.
Poesía vitalista, pues, donde la contemplación de lo que acontece sirve al autor como materia temática. Y, cuyo decurso, también remite a la reflexión, al cántico de un tiempo y un espacio que asaltan al sujeto lírico, sometido, al cabo, a una aleatoria existencia, donde no hay certezas, sino azar.
El atlas interior del yo viene signado por el vidrio del presente, el barro de la memoria, los bosques del mañana. Y así, sostenido por los extremos del ulterior universo, va sacudiéndose la corteza de su intimidad: “…Tenue,/ una felicidad me invade: sé/ que en una noche de este mundo una ola/ fue sólo mía./ Y mientras me paseo/ por la arena descalzo, voy dejando/ mis huellas en la tierra recién húmeda,/ a las que doy la forma de mis pasos/ como sólo mi cuerpo puede darla”.
Como una suerte de trashumancia o como un viaje parecido al rito anual de ciertos pájaros, el poeta se afana en nombrar la pureza de cuanto lo rodea, los cromáticos matices que iluminan su peregrinar -inspirados en el contraluz de la noche y del día, del firmamento y del mar…- . Y desde esa concepción abierta, liberadora, su verso se siente a gusto al par de un ritmo sobrio y, en su mayor parte, endecasilábico: “Amanece distinta la mañana/ tras tantos días de horizontes grises,/ recién lavado el cielo, como piel/ tersa del mundo. Huele a limpio el aire/ que entra por la ventana con la luz”Un libro, en suma, tejido con amor, con talento y sin prisa, anudado a un mensaje sólido y veraz: “En el alma renacen los recuerdos/ de la infancia, traídos por la música:/ habla este villancico del lugar/ de la niñez. Lo recupera, puro,/ con simple arqueología. Lo bendice/ con su expresión alegre y melancólica./ Le devuelve existencia salvadora/ mientras ya insiste, dentro del adulto”.
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