Para quienes, gracias a la inspiración o el beneplácito de los dioses, pudieran haber llegado a la conclusión de que esto no tiene solución, sería conveniente invitarles a recordar el ´pasado presente´ y analizar si de verdad les asiste algunas de estas dádivas capaces de tamaña y anómala tendencia fatal.
Sí tiene solución.
Así dicho, a boca jarro, pareciera que la verdadera conclusión perteneciera a la otra inspiración, la nuestra, que aún con esperanza considera que no todo está perdido.
Pero puestos a recordar, no tenemos ningún prejuicio en reconsiderar las amplias, nutridas y cuantiosas manifestaciones de esa esperanza que, en los últimos cuatro años han venido dándose a lo largo y ancho de la geografía española y que según las estadísticas, por número y frecuencia, muestra el amplio desacuerdo de la sociedad con los más de setenta decretos Ley que se han promulgado en la última legislatura, así como las innumerables, trabas, recortes y declinaciones de responsabilidad respecto a las clases menos favorecidas que han tenido nuestros gobernantes.
La división en uno de los principales partidos de nuestro país, no ha hecho sino abrir una puerta de esperanza a la cuestionable e intransigente disciplina, que muchos - en este caso - no están dispuestos a mantener, máxime en contra de principios y postulados que salvaguardan el verdadero principio de todo: la libertad de conciencia y expresión.
Otros, por el contrario, en una suerte de amiguismo interesado, se han ido apuntando a izquierda y a derecha, en función de cómo batían las olas, pero con el solo deseo de no naufragar o de tomar ventaja si fuera posible en aquellas aguas revueltas.
Quienes se empecinan, estancan, imbuyen, apoltronan e intentan convencer de que nada cambie, parece que atendieran a aquello de ´más vale malo conocido...´, mientras que en una suerte de despreocupación, probablemente lo que atienden en realidad es a su situación de privilegio y confort frente a la equidad.
“Quien dijo que todo está perdido, hoy vengo entregar mi corazón...", decía el poeta. Y no cabe duda. Son muchos, quizá menos escuchados, quizá más reprimidos en voz por quienes, empecinados, vocean diariamente en medios de comunicación. Son muchos los que sufren diariamente aquellos decretazos, aquella oposición inoperante, aquél amiguismo de ambiguo color y aquél apoltronamiento del bienestar conseguido en alianzas de cierto sabor agridulce y que sin embargo persisten en su reclamo.
No insistan. El ciudadano sabe lo que sabe y vive lo que vive. Contra eso solo existe una cura definitiva, rotunda y aclaratoria de toda esta marginalidad en la que han situado a sus electores. No es otra sino eliminar la tremenda distancia que todos los días, hasta aburrir - no nos extraña el escepticismo de algunos sectores - propician con sus declaraciones entre el ´digo ‘y el ´diego´. No es otra sino, mantener la dignidad de su cargo sin confundir ni confundirse.
Cuando echamos la vista atrás y ´tiramos de hemeroteca´, el sonrojo brota y se convierte en vergüenza, en absurdo, en cómica pantomima de veletas y vientos contrapuestos. Hoy si, mañana no. Pero ya lo decíamos, el no, tiene sus razones.
Hoy más que nunca y cuando las dificultades acucian, el ingenio se despierta, pero no por ello el sentido crítico, aditado por una paciencia enorme, ceja también de apuntar, señalar y disentir sobremanera de este circo de veleidades y corbatas a juego. No hay que subestimar la inteligencia ni el criterio de quienes, al fin y al cabo, han de ejercer y ejercen a tenor de aquellas manifestaciones, de filtro innegable de toda esta algarabía.
En todo este presunto desequilibrio, esa ventana abierta augura aire fresco. Una necesaria renovación frente al contrasentido de no saber dónde se encuentra cada una de nuestras manos y, lo que es más importante, la verdad en todo este entramado de normas nacionales e internaciones y sus intereses más ocultos.
Insistan, por favor. Sigan permaneciendo en el lado oculto de la luna, diciendo que todo aquello que brilla no es oropel y que con sus alturas, valles y profundidades, el matiz, la razón y el equilibrio que el sentido común ofrece, va más allá que las políticas cuyo protagonismo no solo está en los asientos sino en la calle. En ambos lados.
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