Después de soportar con mucho dolor durante demasiado tiempo cómo la polarización y la crispación inundaba cualquier comida familiar, las comidas con amigos, los grupos de wuasap con conocidos, las reuniones con compañeros de trabajo y cualquier cerveza en la barra de cualquier bar con quien pasara por allí, adopté una decisión que, pasado el tiempo, reconozco que fue completamente errónea. Me propuse y lo conseguí no discutir más sobre política porque me sentía frustrado en mi propósito siempre de distinguir entre los hechos sagrados y las opiniones respetables, pero siempre que esas opiniones se basaran en hechos reales y no en mentiras o bulos. Los diálogos se convertían en confrontaciones dialécticas en las que tu interlocutor no escuchaba realmente nada de lo que le dijeras porque pensaba directamente que le estabas engañando. Era agotador cómo debía explicarle que no quería hacerle cambiar de opinión, sino que esa opinión que se había creado estaba sustentada en asideros falsos. El desgarro emocional y la fractura afectiva que se producía con gente a la que querías era tal que pensé que lo mejor era callarme y pedir que no se hablara de política, sino de las cosas y los valores que nos unían con nuestros seres queridos del ámbito que fueran.
Ahora bien, transcurrido casi un año callándome en mi vida personal para no ser cómplice de los decibelios insoportables de basura (otra cosa es mi trabajo en estas columnas y en los programas de radio y televisión que dirijo), confieso que he cometido un error mayúsculo. Ante la ola gigante de desinformación que lo ha intoxicarlo todo, no queda otra que comenzar una cruzada permanente contra los bulos, contra quienes hacen de la mentira un negocio o un ariete de desgaste a cualquier precio de su adversario o, mejor dicho, enemigo político. Y esa guerra contra quien mienta o lance falsos testimonios no debe circunscribirse a mi mensaje profesional, sino al personal en cualquier ámbito y momento de la vida. Por doloroso que pueda causar y momentos ingratos que me vaya o nos vaya a ocasionar, es más necesario que nunca visto el grado tremendo de embustes malintencionados que se vomitan a diario, como acabamos de comprobar en la Dana. Dicho todo esto, para que no se me malinterprete, no persigo imponer mi opinión o mi criterio, ni mucho menos, sino que cada ciudadano se construya su opinión y sus puntos de vista sobre hechos reales y no sobre bulos.
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