El pregón de nuestra patria chica

Publicado: 16/12/2023
Salvador Pérez subió imaginariamente una escalera de ocho valores alrededor de la Navidad. Su pregón fue un ejercicio de memoria a la familia y a su barrio
Salvador Pérez Salas es maestro jubilado, poeta y, sobre todo, dramaturgo. Su faceta más conocida durante los últimos años ha sido su inconmensurable labor en la Asociación Entretelas Teatro. Pero, en esencia, es una buena persona. Esta última condición suya fue la que, sin duda, destacó en el Pregón Oficial de Navidad. El acto recuperó el marco de la parroquia de San Pedro Apóstol con la presencia de numerosas personas, entre las que destacaron, como convocantes junto a la Delegación municipal de Cultura, los belenistas de La Adoración.

En el atril del altar mayor, y a los pies del monumental belén que luce el templo, las primeras palabras de la velada fueron del presentador del pregonero, su amigo José María Ramírez Rubio con el que ha compartido experiencias entre la vida y la muerte por la enfermedad. Tras narrar su perfil artístico, el presentador redescubrió a un hombre  que construye “el espectacular y maravilloso mundo de las letras” por donde transitan las pasiones humanas. El que intentara ser figuradamente trovador, describió a su amigo como persona “sencilla, entrañable, cercana”. José María Ramírez se refugió en los versos de Antonio Machado para redescubrir a un hombre bueno,  porque, citando al poeta, “ser bueno es ser valiente”. También a “un sastre que viste las palabras a medida, las colorea haciéndolas cantar al ritmo del tres por cuatro”. Para concluir, auguró que “Salvador, siempre encontrará un nuevo principio, y para cada principio sabrá sacarse de la chistera un ingenioso final”. Descripciones, en suma, que delatan la pasión que pregonero y presentador sienten por el teatro.

Salvador Pérez  comenzó en tono poético para derivar en una exigencia de una “paz, tan necesaria ahora en zonas de guerra y aquí, a nivel político, vecinal y familiar”. Tras exponer su trabajo de investigación sobre las letras en latín de algunos de los más conocidos villancicos, quiso encontrar sentido a la Navidad que ahora evocamos: “Venid, venid, adoremos al Señor. Al Señor, no al poder, ni al dinero, ni a las posiciones, ni al estatus”.

Tras los saludos de rigor a autoridades y a belenistas,  el pregonero admitió sentirse “más reflexivo” tras esa indagación en los villancicos que “todo lo han dicho” sobre la Navidad. “La palabra de hizo carne, se hizo niño en un entorno de pobreza y ante los más humildes para salvarnos. Esto es lo que se nos anuncia, el verdadero pregón. Así que, siendo consciente de ello, no es necesario que yo pregone la Navidad…”.

El pregonero no pudo ocultar su emoción traducida en segundos de silencio, intentó construir una escalera lírica apoyada en la palabra dicha, escrita, en la palabra cantada, en la palabra imaginada…”. Así, imprimió un inicial carácter familiar a su narración con los recuerdos propios de un niño del barrio de San Francisco y de la calle Romero Gago cuyo trecho hasta el Camino de las Nieves o calle Molino era su particular mundo. Recuerdos de una humilde familia que calentaba con cisco su Navidad al ritmo de los villancicos, sin televisor o, si acaso, con la radio de fondo. Recuerdos de abuelos y de paseos hasta la Bodeguilla para ver a su padre: “Ese era mi pueblo, ese era mi barrio, no conocía más. Un barrio donde había colegios, tiendecitas donde se compraba fiado, un estanco, una carbonería, una carpintería, una ermita cerrada, una iglesia, una panadería y cuatro tabancos (casi un belén)”; en definitiva, “un barrio donde gente sencilla pasaba los días intentando sobrevivir con alegría en la época que le tocó vivir”. Con ello, el pregonero no quiso más que narrar el marco de su celebración navideña, donde, siendo un niño de siete años, descubrió un belén en su colegio de La Salle que, ingenuamente, intentó reproducir con figuras recortadas del cartón de una vieja caja de zapatos. Su madre no podía comprarle las figuritas para un belén… El dinero de casa era para comer, vestir y calzar. Y punto.  

Salvador se atrevió, aunque no sea lo suyo, cantando villancicos. Y en un inesperado ‘medley’ interpretó los estribillos de “Una pandereta suena, campana sobre campana, hacia Belén va una burra, veinticinco de diciembre, ya vienen los reyes por el arenal, noche de paz, ande ande la marimorena, la virgen está lavando,  pero mira como beben los peces en el río…” y otras letras que forman parte del cancionero navideño de la cultura española y universal.  Detalle que enlazó con el villancico predilecto de su difunto padre que incluso el público coreó en comunión con el pregonero: “Pastores venid, pastores llegad, a adorar al Niño que en el portal está…”.

Después de reivindicar los villancicos “de nuestras abuelas”, guiñó al trabajo inmenso del arcense Francisco Garrido en la recuperación del romancero popular y su difusión en aquellas legendarias zambombas del Barrio. O a la Asociación de Mujeres Beatriz Pacheco como quien mejor custodia la zambomba tradicional. Matices, por tanto, locales que dicen mucho del conocimiento del pregonero, quien, no obstante, puso en duda las nuevas formas que se imponen en las zambombas que vienen en cierto modo a adulterar la tradición. “Estas zambombas de ahora, muchas sin tinaja de barro...”.

Como que Salvador Pérez proyectó su pregón como una escalera imaginaria de ocho peldaños, también habló de la solidaridad espontánea que marcaba su añorada particular Navidad, para reconocer que cuando nos divertimos “no nos acordamos de quienes son menos afortunados que nosotros y apenas pueden ofrecer a sus hijos una comida al día”. Todo, en medio de turrones, regalos y oropeles.

Tras las penas sufridas en una sala hospitalaria, y en reiteradas ocasiones, el pregonero admitió haber encontrado la reflexión justa para hallar sentido a la Navidad: “Hay muchos niños Jesús, muchos hombres de carne y hueso que nos necesitan. Seamos, y ellos sean, creyentes o no”. “Como niño me he hablado a mí mismo y dirigido a vosotros diciendo unas verdades que como adulto no me hubiera atrevido a pronunciar”.  Y haciendo hincapié en ese Niño que nació entre pajas, terminó reivindicando la inocencia infantil “lejos de tanto materialismo”. Posiblemente así, podamos construir un mundo “con valores más puros y sinceros que florezcan”.

Salvador Pérez se convirtió así, de nuevo, en el niño que hacía figuritas de cartón, que escudriñaba los nacimientos, que buscaba el calor del cisco y el picón, el de su casa. Para cerrar definitivamente su pregón, pidió a todos que “no olvidemos la esencia de la Navidad, con la alegría del reencuentro”. Y entonces cantó… “Que suenen con alegría los cánticos de mi tierra…”. “Os deseo una feliz y sencilla Navidad”.

Al igual que al inicio del pregón, sonaron los villancicos de la coral polifónica femenina In Nomine Domini que tan dignamente dirige el músico, religioso y militar Juan Báez. También el delegado de Cultura, Andrés Camarena, intervendría para felicitar a Salvador Pérez y celebrar su amistad con él, desear a todos felices fiestas y añadir como noveno peldaño a la escalera sentimental del pregonero su nombre de “Salvador” por todo lo que está por llegar…  

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