PEDRO SEVILLA
Antonio Martínez Polo tenía un tabanco en este periódico. Desde el mostrador veía la vida pasar, la veía llegar y la contaba como el maestro Azorín, de forma minuciosa, relajada, embellecida de cotidianidad. Cuando se jubiló se dedicó a trabajar. Quiero decir a trabajar más, a escribir de su infancia y mocedad, o a encerrar en un haikus, en sólo tres finas líneas, toda la belleza del mundo. Ahora tiene un novela que él mismo, al final de esta entrevista, nos dice dónde podemos comprarla. Le hemos hecho algunas preguntas y nos ha contado estas cosas:
Usted es un hombre de la casa. Quiero decir de este periódico, que aunque ha cambiado de nombre no ha cambiado de corazón y de ganas de informar. ¿Qué recuerda de sus cerca de cuatrocientos artículos en estos papeles?
– Me ilusionaba enfrentarme cada semana al reto de presentar un artículo. Las tertulias de El Tabanco del Candil reflejaban temas de actualidad en un tono distendido, y tenía mi grupo de lectores que me seguían fielmente e incluso me felicitaban por la calle. Indudablemente guardo muy buenos recuerdos.
Según sus notas bibliográficas usted toca todos los palos: relato breve, incluso hiperbreve, haikus, relatos para niños, para adultos, para el confinamiento. Es como si hubiese estado esperando a la jubilación, que viene de júbilo, de jubileo, de alegría, para ponerse a escribir. ¿Es así?
– Sí, trabajando no tenía tiempo. Las mañanas y alguna tarde en el colegio, y yo era de los que me llevaba a casa cuadernos y exámenes para corregirlos porque en clase no encontraba hueco. Además ejercí unos años como secretario del Centro y al cargo también le dedicaba horas extras. Y encima tenía cuatro hijas a las que ayudar en sus tareas. Al anochecer, sobre las ocho, era sagrado dar un paseo y desconectar en cualquier tabanco del barrio. Y por la noche, sólo escribía algo los fines de semana.
¿Su vocación por la educación era un obstáculo para su creación literaria o constituía una preparación, una puesta a punto?
– Realmente ni una cosa ni otra. La vocación no me entorpeció, en realidad mis primeros pinitos fueron en la Literatura Infantil y Juvenil, pero sin llegar a publicar. Como dije antes, el obstáculo era la falta de tiempo. Al jubilarme y tener las mañanas libres, ya era otra cosa. Empecé a colaborar en el periódico y el premio de Movistar me aficionó más a los microrrelatos, escribiendo dos libros, el primero para niños. Incluso ya jubilado, impartí en el C.E.I.P. Vicenta Tarín un taller sobre ellos. Después, la inclinación por las brevedades me llevó a los haikus, con otras dos obras más. Y, aunque haya dado el salto a la novela, no los he olvidado. De hecho, aunque hacía mucho que no participaba en concursos, en febrero me animé y quedé finalista en dos de microrrelatos y en otro de haikus, amén del primer premio en otro más. Pronto aparecerán en sendas antologías.
El microrrelato, el haiku, en su brevedad, constituyen un peligro, porque podemos dar por buena cualquier pamplina. ¿Cómo evita usted esos peligros?
– Ese riesgo existe, y puede hacer dudar al mismo escritor. Creo recordar que en cierta ocasión le planteé mis dudas sobre la calidad de los haikus que estaba escribiendo y usted me animó a presentarlos. En estos momentos, en los que tengo bastante avanzado el libro “Haikus de la Frontera”, dedicado a Arcos, el miedo permanece. Lo venzo confiando en que si me gusta a mí, también les gustará a otros. El haiku es como una fotografía, un instante, una escena, que puede emocionar a unos sí y a otros no. Uno de los haikus con los que gané el concurso sobre “Postales de amor” es este:
Postal de amor:
dos faltas de ortografía
y un corazón.
Seguro que más de uno lo considerará una pamplina, pero habrá quién vea en las faltas la misma ternura del corazón, la antítesis de la misma o algo diferente. Lo mismo pasa con los microrrelatos, o conmueven o dejan indiferentes. En ambos casos lo importante es sorprender.
He leído su novela “El increíble Polo’5” y le confieso que me ha impactado su erotismo mezclado con lirismo. Y con humor. Tiene usted una habilidad poco común para seducirnos, para escribir de los placeres carnales con elegancia, y para hacernos reír. Este libro, como diría un amigo mío, es del estilo erótico festivo. ¿Está de acuerdo?
– Ante los acontecimientos de los últimos tiempos: pandemia, catástrofes naturales, conflictos, guerras..., mi propósito al escribir esta obra fue arrancar al lector una sonrisa, tan escasa como necesaria hoy en día. Al ser una historia romántica, no podía faltar el amor, de modo que el binomio humor-amor sería el eje de la novela. Pero la misma temática pedía añadirle unas cucharaditas de cayena (para bordar de cayena tu cintura, canta Juan Luis Guerra...). Además, a veces, los mismos personajes de la historia le piden al autor otro camino distinto al que les tiene preparado, se rebelan contra él y consiguen llevarlo a su terreno. Quizás me excediera en el número o tamaño de las cucharadas y pasara a ser una comedia romántica erótica festiva. En todo caso siempre pretendí huir de la ordinariez, por lo que agradezco que haya usado el término elegancia para calificarla.
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