Es curioso que cuando se habla de explotación humana solemos alejar nuestras miradas más allá de las fronteras españolas o europeas, presuponiendo que países como el nuestro con un desarrollo tan avanzado en estas cuestiones no puedan estar incumpliendo normativas tan evidentes que colocan al ser humano en situaciones tan decadentes y deprimentes que no se alejan mucho de ciertos conceptos como la esclavitud, que en teoría fue abolida en España en 1821. Pero si profundizamos y nos metemos de lleno en la realidad de las precarias responsabilidades laborales como la hostelería, albañilería, transporte, el campo o incluso en el propio periodismo, estamos hablando de una era en la que esa esclavitud vuelve con cierto cinismo y desde una perspectiva menos evidente, pero totalmente anclada en los mismos patrones de conductas, aunque las cadenas no sean tan visibles.
La esclavitud moderna existe y no hace falta viajar a otros países para observar lo injusto y cruel de las diferentes situaciones que viven los trabajadores de muchos sectores en la actualidad, trabajando de sol a sol por ‘cuatro perras’, contratados por cuatro o cinco horas y tratados como mano de obra sin opinión alguna por miedo a perder el único sustento para mantener a su familia. Y ya no hablamos sólo de horas de trabajo, hablamos de incluso la disponibilidad que debe existir por necesidades de la propia empresa, que debe contar en todo momento con los trabajadores sin importar sus propias vidas.
Es evidente que la pobreza influye en esta explotación que da la sensación de que pasa desapercibida, sin que exista un claro objetivo prioritario para evitar tales condiciones de trabajo. La explotación ‘del hombre por el hombre’ no es algo nuevo y siempre que existan sinvergüenzas y gobiernos que lo toleren, será una constante en la humanidad. Siempre he dicho que muchos empresarios piensan más en cómo explotar al trabajador y en cómo defraudar a Hacienda que en sacar más rendimiento a su propio negocio. Pierden demasiado tiempo en delinquir y defraudar que en ser creativos con y para sus productos.
Lo verdaderamente alarmante no radica en lo miserable de dichos empresarios, más bien en correr ‘estúpidos velos’ ante situaciones tan descaradas y frecuentes que resulta indignante que sigan existiendo a la vista de todos. La desigualdad seguirá creciendo mientras las inspecciones laborales no cuenten con los recursos suficientes para evitar tales fraudes y abusos, donde como siempre, “el trabajador seguirá siendo el culpable”.
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