Siempre me ha fascinado el mar, su inmensidad, un submundo dentro de este planeta. Un ecosistema muchas veces maltratado por el hombre, la vida tan libre que tiene de la injerencia humana. Ángel ha llevado esa fascinación mucho más allá, y lo ha convertido en su mundo, de hecho, me extraña que todavía tenga pulmones y no agallas, con todo el cariño del mundo.
Cada año en Aponiente es un nuevo espectáculo en el que sorprende al mundo con sus descubrimientos. Pero, esta vez, no hemos venido a hablar de su buque insignia, sino de la pequeña taberna que regenta su mujer Marta bajo su dirección gastronómica en el centro del Puerto de Santa María. Localización que ocupó Aponiente antes de irse al impresionante molino de mareas actual.
En este pequeño gastrobar, conocemos la versión más canalla y golosa del chef portuense, no busquen en ella atisbos de la genialidad de Aponiente, sino más bien intenta plasmar su lado más divertido, desenfadado y gustoso. Por supuesto, todo está basado en su querido mar, no podría ser de otra manera.
Una carta con cierta extensión para hacer dudar al comensal a la hora de elegir platos y así dejarlo con las ganas de volver, y una minuta de vinos muy interesante viendo que estamos en una taberna. Precios medios-altos, que casan con este tipo de conceptos de chef estrellados, así que no se sorprendan si su cuenta pasa de los 40 o 50€ por persona.
Mi primera elección fueron ‘las bravas de la taberna’, una versión muy curiosa ya que en vez de patata utilizan la piel de morena deshidratada para dipear en un alioli suave y una salsa de sofrito espectacular.
Mención especial a las croquetas de choco y es que aquí se nota la mano de un gran guisandero, de las mejores que me he tomado en mi vida. Melosas, pegajosas, rematadas con una mayonesa cítrica y pipara para darle un toque de acidez.
Seguimos con el hit del año, un ‘roll’ o brioche, en este caso de guiso de navajas, otra vez se nota la mano de Ángel, alioli de harissa y camarones. El guiso es de otra categoría, pero además es un brioche que cuenta con la melosidad que le aporta el alioli, especiado por la harissa y el crujiente de los camarones.
Termine la parte salada con su famoso arroz con placton, un cereal teñido de verde por el efecto del microorganismo marítimo en él, un potente sabor yodado que también le confiere y una melosidad que aportan en el restaurante, hay que probarlo sin duda.
Además, tomamos unas tostas de sardinas con berenjenas y terminamos con un postre que recuerda a la infancia de leche con galletas. Una comida amena, que es verdad se vio deslucida por el calor que hizo en la terraza en pleno junio. Repetiría, pero de noche y con más amigos con los que compartir más platos de la carta.