Porque la anterior ha cumplido seis años y se dedicó a las primeras modelos con cuerpos reales que pisaron una pasarela española, donde no se echó de menos la extravagancia ni la excentricidad.
Desde hace semanas, la publicidad navega por las redes repleta de trajes de baño. La seguridad, la confianza por la vacunación aumenta las ganas de estar en la playa, de pasear y lucir el que no se pudo estrenar el verano pasado. Como casi todos están en Internet, cualquier enlace se interrumpe mostrando los más estilosos encima del buen precio de las franquicias, el descuento en la segunda adquisición y las menos de las veces en una tercera, propio de las compañías de venta online. Gusta verlos en esos cuerpos femeninos estilizados, a los que les sobra la propiedad que de alguna manera los apellida: moldeadores. Es entonces cuando se produce una parada silenciosa en la foto, aunque los ojos se empeñen en seguir mirando, un microsegundo por donde aparece la curiosidad con mil preguntas mudas.
En un cuerpo con salud todo queda bien, se nos dijo. Después entendimos esta afirmación con tantas interpretaciones como oídos la escucharon. Y fuimos aprendiendo a aceptar esas curvas que empezaban a contornear las zonas más femeninas del cuerpo.
Nuestras abuelas fueron paladines en este asunto, defendiéndolas ante la escualidez que se iba imponiendo cuando sus nietas éramos adolescentes. El tiempo y la razón han convertido a las curvas en condición indispensable que aporta elegancia y distinción al cuerpo femenino, a una señora.
Hace años que el bañador dejó de ser un biombo floreado donde esconder la barriga o camuflar el estómago; que el encaje descansa en el costurero porque no fue creado para mojarlo y pegarse al canalillo; que la braga se queda en la ingle porque no hay razón para alargarla por el muslo. Y la mujer, tanto la joven como la mayor, ha rechazado estereotipos y ha decidido querer y mostrar sus curvas, porque ir a la playa es para disfrutar en plenitud de la punzante claridad, del crujido al romperse las olas, de los remolinos de arena en la orilla. La playa es un lugar de rituales particulares mientras el pensamiento juega a ser cometa y la rutina espera en la casa. Es grato contemplar y ser testigo del ocaso de la delgadez extrema por imposición, del olvido de la dieta rápida nada más empezar mayo, del desfile alegre y tranquilo de señoras con cuerpos normales, cuyas curvas juegan con las de las olas deslizándose por ese rato de playa, realzando los bañadores que las visten.
Disfrutemos sin olvidarnos de las normas. Poco a poco. Buen verano.
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