Ya tenemos una nueva crisis con Marruecos. Pandemia, crisis económica y, cuando el verano es prometedor, estalla la crisis con Marruecos. No hay recovecos en su trasfondo. Solo uno: el Sahara Occidental. Para Marruecos, las provincias del Sur. Es la prioridad del trono, de los partidos marroquíes sin excepción y del pueblo marroquí. Todo lo demás es hojarasca. Incluso la reivindicación de Ceuta y Melilla es un pequeño postre comparado con el suculento manjar del Sahara. Con una dimensión de más de la mitad de España, Marruecos no lo quiere sólo por los fosfatos o la pesca sino por su plataforma continental y la estratégica fachada atlántica que le puede proporcionar riqueza en metales especiales.
Trump legó un regalo a Marruecos mientras animaba a las hordas al asalto al Capitolio, el reconocimiento de su soberanía sobre el Sáhara Occidental. Marruecos se ha envalentonado y exige que Europa -y especialmente España, por los derechos que acumulaba, y a los que renunció- siga la senda norteamericana. No será fácil porque el derecho internacional está para algo y la población española reconoce la deuda del honor perdido con los saharauis, tras la marcha verde, que aún avergüenza al ejercito y al pueblo español. Nunca a los gerifaltes del tardofranquismo que lo ejecutaron sin dignidad.
Lo de Ceuta pasará. El gobierno ha estado a la altura del desafío, con decisión y mesura, aunque Exteriores cometió el enorme error de dar la excusa a Marruecos autorizando, sin avisar, la entrada humanitaria del líder saharaui, Brahim Ghali. La presencia del presidente Pedro Sánchez en Ceuta y Melilla, es importante por lo infrecuente y por la potente señal de aviso que se envía. Pero el conflicto de fondo continuará.
El mantenimiento del “statu quo” del Estrecho de Gibraltar es fundamental para deslegitimar a Marruecos. España, Marruecos y Reino Unido lo saben. Las piezas no se tocan, porque pueden afectar a las otras. El gobierno norteamericano es rehén del acuerdo marroquí, para incorporar a países árabes hacia el apoyo a Israel, con el yerno y el suegro de Trump haciendo negocios. Al pueblo marroquí ese pacto le repugna, a su multimillonario rey, no. El trato vejatorio a sus ciudadanos, menores incluidos -gritando “Adiós Marruecos, viva España”- lo confirma. Las fuerzas españolas, con sobresaliente. El casi millón de marroquíes que viven en España son buenos ciudadanos. No hay que confundirse.
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