"Todas las cosas están sujetas a interpretación, la interpretación que prevalezca en un momento dado es una función del poder y no de la verdad". Friedrich Nietzsche.
La copresidenta del panel de expertos y ex presidenta de Liberia, Ellen Johnson, ha firmado un informe esta semana que determina la cadena de errores cometidos con la crisis sanitaria provocada por el covid-19 y sitúa el primero cuando la comunidad científica internacional advirtió en octubre de 2019 que una pandemia causada por un virus respiratorio podía estar a la vuelta de la esquina y nadie le prestó atención alguna. Por tanto, esta pandemia se podría haber evitado si todas las decisiones adoptadas no se hubiesen producido tarde y, en muchas ocasiones, de manera errónea, si los gobernantes de todos los países, los del nuestro -incluidos los de las comunidades autónomas- hubiesen actuado con la precaución y previsión que se les supone adjuntas al cargo -y al sueldo-. Y así, a trompicones, errando más que acertando, hemos llegado al fin del estado de alarma. Se ha repetido mil veces que nadie estaba preparado para algo así, la cuestión es que los gobiernos estaban advertidos y todos hicieron oídos sordos y ese fue el primer error de una cadena extensa, kilométrica que quizás la historia medirá o quizás no lo haga porque todos estamos deseando olvidar esto y cuando pase, que lo hará aunque tarde más de lo que hoy suponemos, nuestra condición nos hará mirar al frente sin echar la vista atrás, quizás sin ni siquiera pedir responsabilidad de todo lo malo hecho.
Viene al caso por el fin del estado de alarma, por cómo las calles se han llenado de pronto y por la sensación de una apertura arriesgada, al menos de una gestión aparentemente inexistente para minimizar los riesgos de este salto al vacío. Y llama la atención tanto como que haya partidos de la oposición al gobierno que pidan ahora la prórroga del estado de alarma cuando hace no mucho insistían en exactamente lo contrario y, quizás, esto es reflejo del principal daño que ha dejado para la sociedad esta crisis y es el férreo electoralismo con el que se han movido las formaciones políticas por encima siempre del interés general. Así nos ha ido. Es evidente, ellos mismos lo saben bien, que la clase política española no ha estado a la altura de una crisis de este tamaño desde el momento en que todo se ha regido en base al tacticismo político y sin dejar margen alguno a la unión contra el enemigo común: el virus. Madrid de ello es un espejo, el resultado de las elecciones o la frivolidad de los mensajes de campaña -libertad sic- son un ejemplo, la crisis aparente en la que ha entrado el gobierno de Pedro Sánchez desgastado y el PSOE por lo mismo, otra consecuencia; esta crisis se ha gestionado políticamente desde la táctica y, ahora, comienzan los ciclos electorales en paralelo al alzamiento de un estado de alarma que, según Sánchez, ya forma parte del pasado. ¿Es esto también táctica renovada ante su derrumbe tras Madrid? ¿Cómo afectará eso a Andalucía, próxima en convocar, a las primarias entre Díaz y Espadas? ¿Está el PP andaluz ya buscado y/o construyendo relato para romper con Cs y convocar antes de que acabe el año? La táctica de los partidos está por encima de la gestión, también del interés general y ejemplo claro es esta dolorosa crisis sanitaria, con miles de muertes, y económica, cuyas consecuencias globales aún desconocemos.
Escuchar a líderes de la oposición exigiendo ahora el estado de alarma cuando lo rechazaron en cada prórroga bajo el argumento de que es la única forma de limitar los derechos fundamentales debería hacernos reflexionar. Hace dos años toda la sociedad española hubiera linchado al político que hubiese defendido limitar nuestros derechos fundamentales. Hay que preguntarse si para frenar una quinta ola los españoles necesitamos que nos los limiten, si no tenemos la suficiente madurez como para saber lo que debemos y no debemos hacer, acompañado de las normas que cada autonomía acuerde dentro de sus competencias. El problema es cuando un pueblo con la cultura del ocio, como es el nuestro, lleva más de un año con restricciones, escuchando continuas contradicciones de unos y de otros, críticas a toda decisión, debates sobre la conveniencia o no de las limitaciones y esto lleva de forma indefectible a que nadie se crea nada, a pensar que todo es una lucha política. Por tanto, lo que queremos es recuperar nuestra libertad.
Los gobernantes y la clase política, de haber actuado a una contra el enemigo común, unidos en el mensaje, en las decisiones, actuando con madurez y honestidad política, hubieran conseguido que la sociedad no necesitase de ningún estado de alarma, demostrando la madurez que históricamente se ha demostrado tener cuando se tiene claro qué hay que hacer. La fractura social cada día más radicalizada es el reflejo de la confrontación política que sistemáticamente desautoriza lo que haga o diga el oponente. Qué debe primar, ¿la salud o la economía? ¿Estado de alarma sí o no? ¿Abrir la frontera a turistas o cerrar el aeropuerto a ellos? ¿Mascarillas en todo momento o sólo cuando no hay distancia social? ¿Hostelería abierta o cerrada? ¿Datos de las comunidades autónomas ciertos o falsos? ¿Ritmo de vacunación bueno o lento? ¿AstraZeneca sí o no? Muertos: ¿siempre la culpa es del otro?
Es la polarización política-social sobre la que Astrid Wagner, investigadora del Consejo Superior de Investigaciones Científicas, mantiene que "en España es uno de los factores más relevantes para explicar muchos problemas que tenemos a la hora de manejar la epidemia. Lo que sucede en la calle e internet es un reflejo de lo que pasa en el escenario político, donde hay un bloqueo completo entre derecha e izquierda. Se refleja en los chats de grupos de WhatsApp: se interpone la ideología y no son capaces de dejar de pensar que el otro lo hace todo mal”. En palabras de Sergio Ferrer, "hoy discutimos de medidas de salud pública y gestión de crisis sanitaria con la misma fiereza y seguridad que antes se reservaba para la política y el fútbol. Esto provoca que las decisiones o posturas políticas estén condicionadas por la opinión pública, que al final es la que conforma la intención de voto y ello pone en peligro la lucha contra el virus". Por su parte, el sociólogo Luis Miller mantiene que "la estrategia de polarización política-social fue la empleada por Trump, el Brexit y los independentistas catalanes. Son las mismas dinámicas: empiezan a polarizar, usan los sentimientos para cerrar filas y que los otros parezcan malos y de repente la sociedad está partida de una forma muy dolorosa. Una vez hay una división social al 50 por ciento hay un bloqueo y el que gobierna no es capaz de salir de ahí. La polarización se hace, no cae del cielo. Es una estrategia diseñada porque cada vez conocemos mejor qué hace que la gente salte. Los equipos de comunicación política son conscientes y buscan tocar nuestras emociones".
Táctica de la polarización que quien la usa conoce bien el momento que vive la sociedad, provocando, además, una deliberada desinformación constante de un pueblo que cuando empezaba a sacar cabeza de la crisis económica, pasa a una crisis política, con sucesivas convocatorias de elecciones y, a continuación, de un día para otro, encerrados en casa dominados por el miedo a un virus desconocido. En estas circunstancias, el éxito político no pasa por ser buen gestor, si se obvia el dominio de la sociología, de la psicología y de la comunicación. Ahora, más que nunca, no parece importar la gestión porque no sabemos cuál es realmente buena o mala, nos convence quien nos ofrece lo que queremos en lugar de lo que realmente necesitamos.
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