Se echaba de menos. En cuanto el escándalo ha trascendido y rebasado a las asociaciones agrupadas en la Plataforma Recuperando, en cuanto otras organizaciones sociales también defienden el Derecho a mantener su carácter público a los bienes del común y la gente a miles va tomando conciencia de la gravedad de que una Institución privada se convierta en propietaria de bienes públicos, ha surgido la reacción a favor de mantener los edificios, calles y plazas inmatriculadas, en las manos de la jerarquía de la Iglesia que se las ha apropiado. Con todo hay algo peor para los defensores del expolio: la forma en que lo defienden, ventaja acumulativa para la defensa de la propiedad pública, la propiedad común de esos bienes, porque están demostrando con sus argumentos falsos, cuando menos inconsistentes, la razón que asiste a los partidarios del común. Discúlpese la redundancia que no es redundancia; es intento de hacer comprender la importancia de mantener en poder de todos, lo que desde el principio de su existencia, construcción o conquista es de todos, sin perjuicio de haberle permitido su usufructo a la Iglesia y se le pueda seguir permitiendo. Porque rechazar las inmatriculaciones no es un acto contra la Institución ni la perjudica, sino a favor de mantener esos bienes en la situación legal de propiedad pública que han tenido desde el mismo momento de su nacimiento o conquista. Porque lo que es de todos no puede ser de nadie en particular, para que pueda seguir siendo de todos.
En el caso concreto y específico de la Catedral de Sevilla, la Giralda y el Patio de los Naranjos, la resistencia integrista-irracional todavía no ha salido con socorrido y falso “de toda la vida”, menos mal, se están ahorrando el ridículo. Hasta ahora han reaccionado con su habitual falta de raciocinio, o sea: de razonamiento, en dos vertientes. Las dos (sin) razones manejadas, a cual más peregrina, incluyen, por una parte el inexacto, aunque es más justo decir falso, “es quien lo mandó construir”, en inequívoca ausencia de rigor por lo atrevido de afirmar que la Giralda y el Patio de los Naranjos los construyó el Cabildo, por ejemplo. Al menos, tan desorientados elementos podrían preguntar en qué año fueron construidos estos y los otros miles de edificios inmatriculados. La otra vertiente, como la anterior, tanto o más dislocada que lo de “de toda la vida”, es utilizar Cáritas para justificar la apropiación de miles de edificios, religiosos y no religiosos, viviendas, calles, plazas y hasta cementerios. Cáritas es una institución, un organismo creado por la Iglesia, pero no es “la Iglesia”, ni la labor de caridad mantenida podría justificar apropiarse algo que es de todos. El argumento esgrimido para justificarse es más ruin por intencionado: la obra de caridad no ampara una sola apropiación de un bien que es de toda la sociedad. Sería una cruel perversión plantearla “a cambio de”. Defensa desesperada, lamentable falta de información en espíritus predispuestos a justificar contra-razón, que fortalece la sabia recomendación “informarse, antes de opinar”. Es la forma de evitar el ridículo.
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