Andalucía, inmersa en una encrucijada, se prepara para celebrar su efeméride plebiscitaria. Cada 28 de febrero, los andaluces recuerdan el referéndum, festejan la autonomía plena, escuchan los ombliguistas discursos de sus máximas autoridades institucionales y premian, con una patena, a quienes acumulan una destacada trayectoria profesional y, a su vez, no ejercen la crítica pública con el poder establecido. Es, en definitiva, un día de fiesta y celebración. Así lo es ahora, y así lo era antes.
Creamos una identidad virtual de Andalucía, un avatar. La comunidad autónoma, en su regocijo, mira lo positivo. Nos quedamos con lo bueno para mejorar la autoestima del andaluz, un tanto alicaída. ¿Desde la celebración del referéndum, hace 40 años, Andalucía ha mejorado? Por supuesto. Claro. No hay duda. Faltaría más. Hombre, por favor. ¿Su progreso ha sido el deseado durante esas cuatro décadas? Lamentablemente, no. La mayoría de los indicadores económicos, previos y durante la pandemia, son desalentadores. Las infraestructuras y equipamientos, más propios del siglo XX que del actual. El poder de influencia es nulo. No hay lobby andaluz ni en Madrid ni en Bruselas. La Cámara Baja no tiene ascendente andalucista, y la diferencia de siglas entre Moncloa y San Telmo hace que haya más confrontación que colaboración. Ni siquiera el PSOE andaluz tiene influjo ante sus compañeros de Ferraz como otrora. El mejor ejemplo lo acabamos de conocer con la adjudicación a Córdoba de la Base Logística del Ejército de Tierra. Ha sido una decisión vertical sin consulta a la calle San Vicente.
Todo esto se produce ante una encrucijada territorial en España cuyo futuro es todavía una incógnita. El modelo de Estado cambiará. No sabemos cómo ni cuándo, pero lo hará; y Andalucía no parece estar bien posicionada para ese momento. De rondón hemos pasado del Estado de las Autonomías a la cogobernanza en la que se ha vuelto -nunca se fue- a la notable influencia de los nacionalismos catalán y vasco. Andalucía debe estar preparada, dejar a un lado las cuitas de la politiquería y reafirmar su existencia política en la nueva configuración territorial del Estado. Aunque, si nuestros líderes no lo han hecho durante una pandemia que ha supuesto la pérdida de más de 8.000 vidas en nuestra región, ¿cuándo lo harán?
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