Habíamos quedado con “Las Carlotas” en uno de sus lugares favoritos. A la cita no falta Carlota, pero sí Carmen, que se está arreglando la boca y la hemos echado de menos. La cita es en el Colorao, en el mismo barrio marinero donde nacieron y crecieron, a pocos metros de la taberna der Guerrita y de la plaza de toros del Pino. De familia más que numerosa, su padre era un hombre de la mar y su madre ama de casa, razón por la que de pescaíto frito y de guisos marineros entienden un rato.
Carlota, transparente como el agua y hablando por derecho como de costumbre, nos dice que “cada uno se come el pescaíto frito como le da la gana, y yo me lo como con las manos, porque hacerlo con cubierto es un crimen”. La menor del conocidísimo dúo sanluqueño es una fanática de las puntillitas, chocos, acedías y tapaculos del Colorao. También de las papas aliñás y de las almejas a la marinera. Sin embargo, reconoce que desde pequeña lo que más le gustaba era la carne, “lo que menos había para comer en mi casa. Me volvía loca con un pollo en salsa”.
La cocina no se le da nada mal, “pero no me gusta meterme en ella y lo hago por obligación”. Genio y figura.
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