Leí en su día con avidez la novela de este nombre, del escritor vasco don Fernando Aramburu, publicada en 2016, que pone de manifiesto ‑para mí, su mayor valor‑ el terror que impera en el ámbito rural de Vascongadas, impuesto por la organización terrorista ETA.
Nunca supe las causas del anuncio en 2011 del cese de la actividad armada de la banda, pero la noticia me dejó sumido en un mar de dudas, en el que continúo inmerso. No fue capaz, desde luego, de apaciguar el odio que siento por estas alimañas, en cuyas listas de espera tuve el dudoso honor de figurar, según me comunicó en su día el presidente del CGPJ.
En realidad esta circunstancia carece de importancia, pues tras la sorpresa inicial, ninguna ocasión he tenido de verme perturbado por tan significados criminales. Sí me parece oportuno traer a colación mi relación, siendo juez decano, con muchos de ellos. Eran los años previos a la Expo y en el centro penitenciario Sevilla II llegaron a albergar casi un centenar de condenados etarras. Me permití alertar a la Policía pues las familias venían en autobuses y otros vehículos todas las semanas a visitarlos y ello comportaba un peligro cierto, de información al menos. Curiosamente era frecuente que los domingos, algunos familiares se personaran en el Juzgado de Guardia denunciando malos tratos referidos por sus visitados en la prisión. Acabamos en una continua sucesión de insultos hasta que abandonaban la sede judicial. De sobra sabíamos que lo que pretendían era generar la incoación de procedimientos determinantes de traslados a declarar y un sinfín de furgones surcando la ciudad. No oculto que me consta que muchos de sus vehículos ardieron misteriosamente mientras permanecían en aparcamientos, aunque aquello no trascendió nunca por lado alguno.
Llevar Patria a las pantallas me pareció una soberbia idea para difundir el infierno que aún se vive en muchos pueblos de aquella preciosa tierra. La novela constituye un verdadero documento de obligada lectura, pues nos ha puesto de manifiesto una realidad casi ignorada y lacerante. Pero la propaganda de la serie parte de un reclamo equívoco que me pone en guardia. Este Gobierno que soportamos, en su búsqueda de adhesiones, está permitiendo que los proetarras parlamentarios -¡qué patética contradicción!- logren tratos de favor para sus pupilos y en su tierra se celebran las libertades de los condenados como la llegada de verdaderos héroes, al tiempo que se denostan los signos identitarios de España, destrucción de nuestra bandera, quema de fotos de nuestro Rey e inacabable despliegue de exaltación terrorista, ante la ceguera de las autoridades. Las ikastolas y algunas sacristías se encargan de desmenuzar los mensajes ante las almas vírgenes de los niños.
Confío que la producción televisiva no incurra en la perversa insensatez de igualar las víctimas del terror con los terrorista abatidos. Y no olvidemos que ETA no entregó armas ni canceló zulos en 2011, por lo que puede afirmarse que existe, si bien plácidamente dormida.
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