Desde la Bahía

La personal alegría del abuelo

La Administración del Estado es fría como hielo polar y engañosa como la superficie visible de los iceberg.

Publicado: 29/06/2020 ·
13:30
· Actualizado: 29/06/2020 · 13:30
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Autor

José Chamorro López

José Chamorro López es un médico especialista en Medicina Interna radicado en San Fernando

Desde la Bahía

El blog Desde la Bahía trata todo tipo de temas de actualidad desde una óptica humanista

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No hay posibilidad de llegar a tener alguna luz que nos lo aclare. O al menos no sabemos encontrar dónde están los interruptores cuya pulsación encendiera alguna lámpara. Tras la muerte, oscuridad, nada, vacío.

Todos sabemos cuándo comienza la vida de un ser humano, pero su terminación siempre es sorpresiva, nunca natural y como si de un río se tratase, su desbordamiento puede ocurrir en el tramo más insospechado. Todos queremos llegar a nuestro delta y que nuestras aguas se diluyan con las inmensas y misteriosas linfas oceánicas, pero vagamos por la vida con configuración y estructura sólida y si nos rompemos, no hay posibilidad, a diferencia con los ríos, de que las aguas vuelvan a su caudal.

No soy ajeno al suicidio, pero es la excepción, porque el ser humano generalmente no quiere morir, ni piensa en la muerte. No lo hace el niño. No le pone aprecio el joven. Entretenido en el progreso humano, el amor y la familia, casi no encuentra lugar o tiempo en el adulto y es un pensamiento frecuente tras la jubilación y senectud, cuya progresión acaba siendo geométrica, cuando el tiempo vivido se iguala a la científicamente calculada vida media. Da la impresión que el látigo de la lógica va aumentando sus flagelos al paso del almanaque.

Lo descrito nos lleva a realidades equívocas. Hay un núcleo importante de personas, de edades muy diversas, que no aspiran más que a “verlas pasar”. No tienen curiosidad por nada y lejos de ser incultos, su problema es que han vuelto la espalda a la problemática diaria de la existencia, no tienen ningún entusiasmo por intervenir en búsqueda de soluciones para la misma y se han entregado al vicio de la ociosidad y pereza. No tienen vida, pero si funciones físicas. Viven en casa de sus primogénitos, subvencionados o como piezas estáticas ante una mesa saturada de folios. Está además bastante esparcido el concepto de que en tiempo más bien breve, aparecerá un nuevo mesías, “un mendizábal desamortizador” que sustraerá propiedades, caudales y riquezas para establecer la pobreza de distribución, que ya tiene su primer capítulo en el ingreso mínimo vital que puede perder el respeto que le es necesario para cubrir solamente, en principio a la ultraprobreza y después a la pobreza en general, hasta que seamos capaces de girar nuestra mirada hacia la pobreza de producción que es la única vacuna ante la miseria.

La Administración del Estado es fría como hielo polar y engañosa como la superficie visible de los iceberg. Un día decide que has terminado como persona útil y necesaria en tu profesión y sin mediar más que veinticuatro horas, te pasa de la actividad a la jubilación, a la confinación en tu hogar o en una residencia de ancianos. Allí recibirás, siempre con el temor de su mengua o pérdida, una pensión que te la ofrecen como dádiva, pero es un derecho abonado a lo largo de años de rendimiento laboral.

Frente a esta legalidad, los abuelos de hoy día oponen una realidad fantástica, basada en la alegría de vivir, en ceder el paso a tantas actividades creativas, presas entre los barrotes de la responsabilidad profesional. Se dulcifica el carácter, se desparrama la ternura y el amor encapsulado en los más íntimo de su ser, encuentra la salida hacia la libertad y deja asomar su rostro al mundo del encanto y las creencias. Con la misma facilidad que un poeta puede pasar de escribir tercetos a serventesios, el abuelo añade un verso más a sus pensamientos y reflexiones y ya no se trata sólo oscuridad, nada o vacío tras la muerte, sino que aparece la idea de un único Dios. No hay reloj sin relojero decía Voltaire y fue precisamente el relojero el que diseñó el reloj. La fe, que posiblemente sea artículo de segunda división, nos llevará al liderato que nos incorpore a la división de honor. Buscando el interruptor encontraremos la luz.

Yo no hablo de desprecio, pero sí de abandono, horrorosa interpretación de la piedad y una malversación del sentido común, que ha opuesto a la ilusión del anciano por vivir, el sentido práctico y económico de la vida, en esta maldita pandemia. La muerte corre paralela a nosotros desde que iniciamos la vida. Que el abuelo esté más cerca de ella, no es sinónimo de sacrificio. Se dice, si hay que morir, antes el abuelo que el nieto, pero si se le pregunta a este noble anciano, dirá que lo que prefiere es vivir al lado de su pequeño diablillo. Si se le dijera qué se llevaría a una isla desierta, el respondería: el billete de regreso. Esa es su grandeza.

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